Sólo un buen actor
Los Angeles, años ’60. Un profesor británico intenta sobrellevar con dignidad el desconsuelo de haber perdido trágicamente a su joven pareja homosexual: las lúcidas reflexiones que desliza ante sus alumnos universitarios o la ocasional diversión que le deparan recuerdos compartidos con una buena amiga, encubren su indecible tristeza, su temor a sufrir si se deja llevar por el deseo, su pesimismo, su incertidumbre. En torno a este personaje, con sus evocaciones y sus miedos, el diseñador de modas Tom Ford (1961, Texas, EEUU) concibió su primer largometraje. Para ello contó con el aporte de Colin Firth, un buen actor que logra expresar de manera profunda y contenida el drama de ese hombre atormentado. La cámara lo acompaña siempre, atenta a su mirada triste, como queriendo apresar o comprender los sentimientos que lo aquejan.
El problema de Sólo un hombre (insípido título con el que se estrenó en nuestro país) es que –salvo cuando, precisamente, se detiene en la ahogada expresión de dolor de Firth– despliega durante todo su transcurso una sucesión de imágenes resplandecientes. La belleza no sólo abarca casas, muebles, jardines, playas y personajes (una millonaria confidente, algunos jóvenes que lo acosan), sino, inclusive, el tratamiento visual de la película, que hace que todo luzca brilloso, luminoso, glamoroso.
Si el protagonista es rico y elegante, el film no tiene por qué serlo. ¿Por qué cuando le dicen “Qué mal se te ve” se lo ve tan prolijo y atildado? La escena de un improvisado baile entre Firth y Juliane Moore es indudablemente seductora, pero ¿por qué todo film ambientado en los ’60 tiende a reunir superficialmente íconos de la época, convirtiéndose en un afectado muestrario de sofisticados peinados, vestidos coloridos y canciones con swing? Alguien puede defender el buen gusto de Sólo un hombre, su falta de excesos, pero ¿acaso el hecho de que no haya gritos ni ninguna escena de erotismo homosexual tiene algo que ver con el lenguaje cinematográfico? Exhibir rostros, decorados y atuendos hermosos, con sinuoso encanto, cambios de color y cierta dispersión narrativa ¿no responde más a las fórmulas de la publicidad?
Se ha hablado de similitudes de este film con Lejos del paraíso (2002, Todd Haynes) y con algo del cine de Wong Kar Wai y de Pedro Almodóvar, pero en este caso las claves del melodrama y la apuesta al romanticismo se diluyen en una moderación dramática que parece desprenderse de la misma personalidad del protagonista, además de depender demasiado del relato en primera persona en off.
Sólo un hombre permite volver a interrogarse sobre el verdadero sentido de la belleza en el cine y sobre los medios con los que éste cuenta para expresar auténticamente angustia.