Lejos del Paraíso
En su debut como realizador, el célebre modisto Tom Ford adapta una novela de Christopher Isherwood ambientada en Los Angeles, en 1962, que narra las tentaciones suicidas de un profesor universitario homosexual (magnífico Colin Firth) que debe lidiar con la muerte de su compañero.
En su ópera prima, Ford se muestra particularmente seguro en la aplicación de un manierismo exuberante que le guiña el ojo a Alfred Hitchcock. Además, tanto por su exacerbado romanticismo y sensualidad, como por el control maníaco de la puesta en escena, el trabajo del director puede remitir al de Pedro Almodóvar o Wong Kar-wai.
Sobre estas líneas estilísticas, y a pesar de los excesos cromáticos, el director consigue hilvanar un emotiva (aunque algo didáctica) crítica de la “cultura del miedo”, a la que los personajes responden buscando refugio en la exaltación de la belleza y del placer. En su particular oda al dandysmo, Ford consigue fusionar de forma sorprendente la pieza de cámara y el melodrama operístico (aun cuando Lejos del Paraíso, de Todd Haynes, se impone como hito inalcanzable).