Invisible
Hay dos formas de acercarse al pasado. Desde la corrección de las formas, conservadora; o desde el reencuadre de aquellas estructuras, liberal. Paradójicamente este año hemos visto dos películas que recuperan un cine, específicamente el de la década del 60, y lo abordan desde estas dos perspectivas. Educación de vida recuerda a las películas británicas del free cinema y recupera las historias de arribismo social, para imprimir una moraleja. Si bien autoconsciente, no deja de ser conservadora en algunos aspectos. Y por el otro lado llegamos a Sólo un hombre, que al igual que el Todd Haynes de Lejos del paraíso se pega un viaje a los melodramas de aquellos tiempos, pero sin la doble moral que sostenían. Hablamos de un film liberal, que aún desde el dolor, se anima a mostrar un amor homosexual de una forma honesta.
Y precisamente ese viaje, el de comprender al pasado primero como una estructura inamovible para luego verlo como algo que puede ser aprehendido y funcional, es el que emprende el profesor de inglés que interpreta magistralmente Colin Firth en Sólo un hombre, adaptación de una novela de Christopher Isherwood y que resulta el debut en la dirección de Tom Ford, un reconocido diseñador de importantes marcas. Lo que por cierto habilita un apunte: desde el prejuicio, el crítico mirará con desdén a alguien que es obviamente un esteticista y que posiblemente aborde un tema complejo como el que retrata el film sólo desde la imagen. Precisamente Ford lo hace desde la imagen, pero no se trata de una superficie vacía. El director mira como mira Almodóvar cuando mira a Douglas Sirk, recorta y utiliza la música como Wong Kar-Wai en Con ánimo de amar. Desde ahí, relaciona a su película con una escuela del melodrama.
Ford acierta. Es más, no sólo eso, sino que logra por momentos una película mucho más sólida e interesante, porque así como comete varios excesos con el color y la narración, por otra parte somete de manera rigurosa a su protagonista a un trabajo implosivo. George Falconer (Firth) no puede superar la muerte de su pareja, luego de 16 años de convivencia. Deprimido, prepara lo que será su último día: va a trabajar al colegio, charla con sus amigos, se compromete en ir a cenar a lo de su amiga, pero siempre va armado. Precisamente, con ese revólver se volará la cabeza cuando llegue la noche. Especie de road movie interior, Falconer arribará con algunas certezas y muchas dudas a esa noche. Aunque puede, que corrido de sus impulsos suicidas.
Así como la narración resulta por momentos fragmentada, la película se confiesa como una sumatoria de partes que forman un todo. Partiendo de la actuación de Firth, exprimiendo cada silencio con excesiva transparencia, Ford construye un potente drama sobre la muerte o, aunque más no sea, su presencia omnisciente: estar muerto en vida por la negación de la propia identidad por parte de la comunidad. Los personajes de Sólo un hombre se debaten entre la soledad, la tristeza, la vejez, la frustración y el vacío existencialista. Sin presente y con promesa de un futuro no muy próspero, cada uno pulsará sobre el momento, sobre este instante, el botón que primero pueda. Aún en su pesimismo y su desolación, hay una resignación y una verdad: las cosas son como deben ser. Sólo hay que ver qué es lo que uno puede hacer, si es que tiene espacio para tomar alguna decisión.
Sin embargo, si hay algo que sobresale desde lo temático es una reflexión sobre la invisibilidad del diferente. Hay que buscar en un speach que tira al comienzo Falconer en el colegio, las razones del film. El miedo hacia lo diferente y de cómo ese otro termina convirtiéndose en una abstracción para el que pertenece a la mayoría. Ford crea un espacio casi fantasmal, un detrás de escena social, donde tipos como Falconer despliegan sus deseos. Un deseo prohibido, que es disfrute cuando se puede saciar porque lo oculto genera su goce, pero que es un dolor irrecuperable cuando no se tiene. Y justo ese dolor, el dolor social, el de la pérdida del otro, ese que se comparte en el duelo. ¿Qué compartir cuando del otro lado no te permiten rebelarte? ¿A quién confesar lo que no se puede confesar? Por eso Falconer marcha recto, directo, serio y adusto, mientras por dentro se desbarranca. Porque peor que la discriminación es la negación de la existencia del otro. Sólo un hombre es una película de fantasmas: de Jim que no cesa en los recuerdos de Falconer; de Falconer que carece de entidad, incluso para su amiga (Julianne Moore) que no termina de aceptar su homosexualidad.
Y es recién ahí, cuando Falconer logra ordenar las piezas y disfrutar el espacio social sobre el que opera, cuando descubre que en todo caso los otros no ven lo que no quieren ver, es que puede observar sus cosas con más claridad. Pero, impiadosamente, las cosas son como tienen que ser. Siempre. Más allá de algunos excesos esteticistas y de algunas afectaciones de la imagen, Sólo un hombre es una película por demás interesante y que revela que un artista puede estar en el lugar menos imaginado. Tal vez Ford sepa de esos espacios sociales y de las reclusiones a las que confinan los prejuicios. Un diseñador hizo una película honesta y emotiva. El glamour también tiene su sensibilidad.