Las máscaras
En estos tiempos en que las relaciones virtuales parecen ser la única opción (ya sea como modo de contacto inicial o para suplantar las presenciales) no resulta extraño que Manuel conozca por chat a Julio y se citen en una esquina para luego terminar en la casa del primero. Tampoco resulta extraño porque la sexualidad diversa -la homosexualidad para ser claros-, a pesar de su marketing mediático y sus avances en cuestión de promulgación de leyes de ampliación de derechos en el país, aún sigue siendo terreno fértil para la culpa, los miedos y la vergüenza personales y la discriminación (quizá más soterrada) social. También existe el mito de la velocidad con la que se desarrollan los encuentros íntimos entre hombres que gustan de hombres. La velocidad y la facilidad. En esa noche entre los protagonistas se sucederán sexo, confesiones, atisbos de ilusiones de cambios de vida, ternura, violencia y mentiras.
Manuel parece ser el típico puto inocente engañado por su anterior pareja que lo hizo entrar en un mundo de sordidez (al menos para los parámetros “normales” de su gaycicidad) y ahora flota un poco perdido, un poco herido, pero aún así se permite conocer gente. Julio parece más seguro de lo que quiere, más dominador y más necesitado. Y la necesidad no sólo es afectiva, su discurso se encamina al dinero que le falta, al trabajo que no tiene, a la deuda de alquiler del departamento en el que vive. Hay algo en la diferencia (social, económica, etcétera) entre ambos jóvenes que construye también el vínculo y la calentura.
Y es de las apariencias y los prejuicios de que se vale Solo para construir un thriller psicológico que avanza a fuerza de discursos que uno va comprando y que habla más de la posición del espectador ante lo que va sucediendo (al narrador, por principio, se lo considera sincero) que del (supuesto) ingenio del guión.
Encerrados los protagonistas, y nosotros con ellos, en el departamento (algunos flashbacks permiten airear el ambiente, estirar el tiempo real y contar el pasado de Manuel), las cosas irán variando -quizá con más voluntad del guión que de fluidez narrativa-, hasta torcer el rumbo haciendo girar la historia 180º en los últimos minutos.
Hay decir que la película contiene imágenes de desnudos masculinos y de escenas de sexo que pueden herir la susceptibilidad de cierto público. Uno nunca sabe hasta dónde lo suyo es tolerancia, aceptación o mente abierta. Una cosa es el discurso y otra la visualización. Y dicen que en la cancha se ven los pingos. Quedan advertidos.