RETRATO DE UNA OBSESIÓN
Al comienzo de Sombras de luz, dos hombres buscan las mejores condiciones para una puesta en escena. Uno de ellos dice “esta es una foto que hay que hacer”. Del mismo modo podría pensarse el documental de Daniel Henríquez, como algo necesario para que haya justicia y se conozca el arte de Carlos Bosch, un excelente fotógrafo exiliado varios años que en la actualidad se encuentra en un momento culminante en la Argentina: ha decidido abandonar el fotoperiodismo y concentrarse en una serie de autorretratos vinculados a sus miedos. De esta y otras obsesiones se encarga el recorrido que propone el director.
Lejos de obedecer a una cronología exacta y rigurosa de una vida, los testimonios personales son los que le dan vida a su obra y figura. Lo primero que sale es el carácter inclasificable de Bosch, la imposibilidad de encajonarlo. Lo segundo, que lo teníamos bastante descuidado en la consideración. Allí están los amigos y los colegas para reparar la injusticia y compararlo con Goya, con la luz renacentista o para calificarlo con elogios sinceros. Y si uno ve sus trabajos, están en lo cierto. De modo tal que uno de los logros posibles de la película es poner el foco en lo que corresponde, evitando el sensacionalismo y las miserias en las que suele incurrir este tipo de propuestas. Por el contrario, lo que prevalece es la vitalidad del personaje en cuestión, sus ideas, las anécdotas, las experiencias, el intercambio con el público y su modo de trabajo entre otras cuestiones. No hay un patrón dominante y en todo caso el montaje sostiene cierta idea de dispersión acorde con el carácter cambiante del mismo Bosch, en continuo movimiento para repensar su labor en un mundo tecnológico del que no reniega pero tampoco parece encajar. Con respecto a esto último, es interesante la serie de argumentos que pronuncia en diversos pasajes. Por ejemplo, que una foto tiene un lenguaje a diferencia de una imagen ya que contiene tiempo y luz; o de qué modo concebir una puesta en escena (de allí la importancia del comienzo del documental) en medio de los desenfrenados avances técnicos en las cámaras actuales. Da la impresión que, sin hacer de esto una tragedia, asistimos a la experiencia de un artista que asiste a la inminente desaparición de su ser (en el plano de los miedos) como de la propia fotografía como arte.
Luego, está lo más importante, sus propias fotos en diversas circunstancias que se ven enriquecidas con los comentarios vertidos en exposiciones. Entre ellas, una que llama la atención, la de haber trabajado en España durante el franquismo, motivo suficiente para alertar a los oyentes sobre el presente en Argentina y la amenaza política conservadora contra la expresión artística, uno de los tantos simulacros de nuestra democracia disfrazada. Un antídoto seguro es la posibilidad de que estos documentales se den a conocer para descubrir a tipos como Carlos Bosch, con la misma modestia y desenfado que el personaje en cuestión.