Nowhere
Sofía Coppola recicla la fórmula de sus trabajos previos. La directora gira una y otra vez sobre la misma idea. En la primera imagen de la película, el protagonista confirma la metáfora dando vueltas en círculo con su coche deportivo. En el final, nuestro héroe abandona su Ferrari en una banquina, pisa el asfalto con sus botas de cuero y camina hacia adelante con la cabeza en alto. Entre estas dos escenas de una increíble pesadez simbólica, Sofía Coppola emprende una crónica minimalista sobre la crisis de un actor famoso, con largos planos secuencia y acciones en tiempo real en las que, paradójicamente, todo suena falso.
En Somewhere, como en todas sus películas, está presente la típica chica rubia, pálida y grácil, presa de los tormentos existenciales de su edad. Pero en esta ocasión no es el centro del relato porque el verdadero adolescente es su padre, Johnny Marco, un star de cine que pasa el tiempo encerrado en su habitación del Chateau Marmont, legendario hotel de las estrellas de Hollywood. Johnny se aburre entre conquistas fáciles, tardes alcoholizadas y paseos en Ferrari. Hasta que una bonita mañana entra en escena su hija Cleo, fruto de una madre invisible a la pantalla y de una unión que parece nunca haber existido. Cleo es asombrosamente madura para sus once años, no plantea cuestiones indiscretas y logra una complicidad perfecta con su padre. Johnny encuentra en pocos días el verdadero sentido de la vida y, como si el lugar común no fuese del todo evidente, Sofía Coppola subraya el mensaje con la vuelta de tuerca final.
La directora apila los clichés y no se esfuerza por ofrecer espesor a sus personajes. Los protagonistas permanecen simpáticos y bellos a pesar de sus defectos, y el conjunto resulta desesperadamente chato. La fastidiosa descripción es apoyada por una puesta en escena limitada que se detiene sobre decorados lujosos. La realizadora filma en dos ocasiones un patético baile del caño para reforzar el vacío existencial de la estrella y embarca arbitrariamente al dúo hacia la Italia de Berlusconi, que se ofrece como una caricatura provinciana de Hollywood, cumbre del kitsch, las siliconas recargadas y los shows televisivos funestos. Sofía Coppola recicla la fórmula de sus trabajos previos, pero el encanto desaparece y en su lugar sólo queda un drama inocuo, tedioso e impostado.