Algún lugar, cualquier lugar
El taquillero y ascendente actor norteamericano Johnny Marco (Stephen Dorff) lleva una vida algo nómade desde que saltó a la fama como protagonista de filmes de acción. Vive en un hotel de Los Angeles y maneja una Ferrari, tiene a las mujeres que se le antojen y fiesta día de por medio si es que le place. Pero la mayor parte del tiempo está solo y en silencio, perdido en un vacío que el éxito no llena.
Por circunstancias inusuales, queda a cargo de su hija Cleo (Elle Fanning), una madura púber de once años con inquietudes artísticas y un temperamento tranquilo y reservado que parece calcado del suyo propio. Johnny y su hija comparten una conexión de pocas palabras, una afinidad quieta, natural, que los hace sentirse cómodos en compañía. Juntos, padre e hija disfrutarán de los privilegios de la vida de estrellas, mientras Johnny intenta recuperar el tiempo perdido acompañando a Cleo en sus actividades. La epifanía está allí mismo, en esos momentos fugaces; en los lugares más inesperados, la respuesta que el actor busca desde hace tiempo sobre su propia existencia.
Los actores están impecables en sus roles, destacándose la pequeña Elle Fanning (hermana de la más conocida Dakota) cuyo trabajo excede las expectativas que podría haber sobre el personaje. Debe tenerse en cuenta que la historia que se narra hace más hincapié en lo visual que en los diálogos, y en este sentido cada miembro del elenco cumple. Las escenas de pole dancing que un par de gemelas realizan en la habitación del protagonista son tan forzadas e incómodas como se pretende transmitir; el vacío emocional de la vida de Johnny Marco no necesita demasiada apoyatura en las palabras. Tampoco los momentos de paz y plenitud que permiten a la historia volverse "respirable".
Hay similitudes notables entre el registro de "Somewhere..." y el de "Perdidos en Tokio", filme de inmediata referencia de la directora y escritora. De hecho, la secuencia de premios en la televisión italiana remite inconfundiblemente a la escena en la que Bill Murray se sometía a los caprichos de un conductor televisivo japonés. La misma perplejidad del actor internacional frente a las costumbres vernáculas de un país que le resulta extraño y al que sólo visita por conveniencia, no por goce personal. Este tipo de autorreferencias no es extraño en Coppola, pero para quien se habituó a su cine puede resultar irritante; en todo caso, la trama no necesita de esos guiños, no suman a la historia ni generan un plus de empatía en el público.
Salvando las recurrencias, este regreso de Sofia Coppola a lo mejor de su cine (esa perspectiva íntima, absorbente y preciosa del mundo cotidiano de sus personajes) resulta no sólo una propuesta interesante e imprescindible, sino un verdadero remanso en una pantalla veraniega que por momentos parece retraerse únicamente a los géneros de animación y de acción clásicos. Un drama entrañable, plausible de ser apreciado por espectadores ávidos de buen cine.