Boyz on the side
Frío increíble, y cuando digo increíble quiero decir que el cielo es todo blanco, al punto de que las terrazas de los edificios están sumergidas en neblina. Hoy no voy a la playa, otra vez. Pero fui al Auditorium (lugar extrañísimo y gigante, con bolas en el techo que amenazan caer sobre la multitud) a ver la última de Sofia Coppola. Raros, los desencuentros generacionales: todos los chistes que a las personas de pelo blanco que andaban por ahí -la mayoría- los doblaron de risa, a mí me parecieron una cretinada. Se sabe desde siempre que el universo de Sofia Coppola es el de chicas rubias, espigadas, preferentemente sin tetas, de pelo llovido y actitud siempre infantil, bastante hastiadas. Bill Murray era una excepción, una contraparte también incomprendida e incómoda en el mundo. Pero con Somewhere, se intenta retratar el tedio de un actor muy famoso de treinta y pico (Stephen Dorff), que en unos pocos días descubre a la hija que siempre había ignorado para volver, enseguida, a quedarse solo.
El planteo es muy simple y la estructura de la película está puesta al servicio de una demostración: el personaje empieza solo, solo en la soledad más solitaria que es la de sentirse solo entre los otros (¡yack!). De repente aparece la nena, contagia al hombre y a la película con su manera simple de gozar el mundo, se queda cinco minutos y se va. Esa es la única parte de Somewhere que vale la pena; el resto, es poco menos que una traición al personaje. Porque la directora quiere demostrar que el hombre la pasa mal con su vida muy frívola, y la manera de demostrarlo está llena de trampas. La primera, ponerle enfrente a dos strippers rubias super insulsas que no le mueven un pelo, pero no porque sean strippers sino porque no podrían ser más bobas (y de hecho, todas las mujeres con las que se va a cruzar el personaje a lo largo de la película, y que le ofrecen sexo en general, son igualmente bobas). Después, se hace que Johnny Marco -tal el nombre de la estrella- se quede dormido entre las piernas de una chica mientras se la chupa. Después, se hace que Johnny Marco se cocine fideos con toda la torpeza del mundo y los tire como una bestia sobre un colador, hasta que chorren por toda la pileta. Porque antes, la linda hija le había cocinado algo riquísimo, y esta es la manera de mostrar que el pobre desvalido no se arregla solo.
Lo que debía ser el encuentro entre un padre y su hija -al parecer- en el que ella, desde sus once años infantiles, le da al papá todo lo que él no puede encontrar en el resto de la población femenina del planeta, de grotescas tetas plásticas (así de sin matices, sí), termina siendo también un proceso sistemático y demasiado obvio de destrucción de un hombre. Porque de verdad, es difícil pensar que esta no es una película odia-varones, hecha por una nena que quiere plasmar una fantasía tan ingenua como esta: mi papá se siente solo cuando no estoy yo. Al punto de hacerlo llorar en el teléfono, cuando se va la hija, mientras le dice a alguien “No soy nada, no soy ni siquiera una persona”. Eso ya lo sabíamos porque la directora se encarga de insultarlo por mensaje de texto desde el princpio de la película, con una pantallita que anuncia “You´re such an asshole”.
¿Por qué será que el hastío cuando es femenino es profundo, espiritual, y parece verdadero, y cuando es masculino es solamente torpe, sucio, sórdido? Hasta las remeras que usa todo el tiempo Stephen Dorff son espantosas. Vaya uno a saber, pero si tu única figura válida para la incomprensión es una chica rubia y lánguida, no hagas una película protagonizada por un chico. Me voy corriendo, a ver si consigo para Hong Sang-soo, que hoy me levanté tarde y me perdí las entradas de prensa. Al que madruga, bueno, etc.