Sofia Coppola evita el panfleto autorreferencial y crea un film extraño, personal, pero a la vez universal sobre la fama y sus dolores.
Actor de moda (Stephen Dorff) lleva, a pesar del éxito y del glamour que lo rodea, una vida triste, vacía, estancadísima. De repente, su ex le adosa a su hija (Elle Fanning) porque se quiere tomar un tiempo, situación que lo obligará a compartir su vida de estrella de Hollywood con la niña, durante algunos días. Podría ser un film común y corriente, con personaje que encausa su vida a partir de un vínculo forzado. Pero no, que Sofía Coppola sea quien esté detrás de cámara le aporta al film una mirada particular, que parte de la duración de los planos, de la utilización de la música y de una cierta sensibilidad con la que la directora habitualmente juega a desarticular los clichés con los que peligrosamente gusta coquetear. Sin embargo, que esté Sofía Coppola le juega una carta en contra al film y es, precisamente, darnos cuenta de que a esta película ya la vimos: se llamó Perdidos en Tokyo.
Es y, a la vez, no es. Es Perdidos en Tokyo porque hay un actor triste, porque su contexto son las habitaciones de hotel; porque hay un humor ridículo siempre asordinado, siempre seco, que la salva de ser acusada de burlona y cínica; es también porque el vínculo que entabla el protagonista es con una chica más joven. Pero no es. Porque esta vez el hotel no es un lugar de paso, sino el espacio físico que habita el actor y porque, fundamentalmente, aquella chica ahora es la hija y no un probable interés romántico. Estas aparentemente mínimas -aunque no tanto- diferencias son las que van a hacer de Somewhere, en un lugar del corazón no un film mejor que aquel, pero sí ciertamente mucho más triste y bucólico.
La diferencia radica, pues, en que no hay aquí costado romántico que empariente el film con otro género. Esa posibilidad que estaba siempre latente en Perdidos en Tokyo, en esta oportunidad queda desairada y lo que tenemos es a un tipo bastante amargo atravesando sus días. Coppola trata de quitarse casi todo lo cool que hay en su estilo: y si no lo puede completamente es, después de todo, porque eso formó parte de su vida y se le hace complejo erradicarlo, mucho más en un film casi autobiográfico como este. En Somewhere acude a tiempos narrativos espesos, en la mayoría de los casos con una cámara que se queda estática. Sirve, para ver la respiración de sus personajes: y tanto Dorff como Fanning, se lucen.
Si como decíamos, Somewhere no es una mejor película es porque su anécdota no termina de ser del todo original. Y una serie de apropiados esteticismos narrativos no puede contrarrestar algunos lugares comunes en los que incurre, aún cuando es evidente que lucha a brazo partido para no caer en ellos. Después de todo, es el juego al que la directora le gusta jugar y que en este caso no supo sortear hábilmente. Lo que se termina agradeciendo es la liviandad de la propuesta: porque lo autobiográfico no da lugar a la rabia, sino a la contemplación melancólica. De esta forma, evita el panfleto autorreferencial y crea un film extraño, personal, pero a la vez universal sobre la fama y sus dolores.
Evidentemente Sofia Coppola recurrió al cuento de Perdidos en Tokyo, pero desfasado, con la clara intención de recuperar de alguna forma cierto espacio perdido luego del riesgo que significó su visión de María Antonieta. Somewhere, en ese sentido, es un lugar un tanto extraño, por un ritmo que difiere efectivamente con lo que hoy la industria requiere, pero que no deja de ser algo cómodo para su ego. Es, también y por qué no, algo placentero. Y ese placer es parte de lo positivo de una película menor pero compacta y que nunca se desborda a pesar de tener material para ello.