Abramos nuestras mentes…
El norteamericano Mike Flanagan -junto a Michael Dougherty, James Wan, Bryan Bertino, Adam Wingard, Ti West y Alexandre Aja- forma parte de un reducido grupo de cineastas contemporáneos que se guían por una concepción heterogénea del terror y que suelen sobrepasar con creces el amasijo de citas y clichés de siempre (a diferencia del resto de sus colegas, quienes comparten con la mayoría de los fans del género una mirada superficial en lo que respecta a su potencialidad retórica). Más allá de promesas a futuro como Robert Eggers, Fede Álvarez, David Robert Mitchell, Jennifer Kent y Drew Goddard, directores de la tesitura de Flanagan -que viene de entregar la maravillosa Hush (2016)- nos devuelven el horror robusto y maduro de antaño, sostenido en climas taciturnos y no en los golpes de efecto del mainstream. Lejos quedaron aquellos primeros films con los que se dio a conocer en la década pasada: hoy cierra una trilogía sobrenatural con la que se reinventó sutilmente.
Así las cosas, tanto Ausencia (Absentia, 2011) y Oculus (2013) como la presente Somnia: Antes de Despertar (Before I Wake, 2016) atestiguan una inteligencia fértil al momento de reformular las distintas variantes que habilita el mito del monstruo antropófago y nocturno cuyo hobby primordial parece estar orientado a la destrucción de la unidad familiar. Aquí el agente de la debacle es Cody (Jacob Tremblay), un huérfano de 8 años con un triste historial de “rechazos” por parte de sus familias adoptivas. Un matrimonio de burgueses incautos, compuesto por Mark (Thomas Jane) y Jessie (Kate Bosworth), descubrirá de a poco que las buenas intenciones y la ternura del pequeño contrastan con una facultad que arrastra como maldición, en este caso totalmente involuntaria: durante las noches los sueños de Cody se hacen realidad, al igual que sus pesadillas y el gran protagonista de sus temores más secretos, un tal Hombre Canker que gusta de llevarse “souvenirs” a su hogar.
La propuesta juega con un incesante contrapunto entre la angustia de la pareja por la pérdida de su hijo -fruto de un accidente doméstico- y la materialización de las fantasías/ los recuerdos de Cody, filtrados por supuesto por su inconsciente. El guión de Jeff Howard y el propio director va más allá de las referencias vacuas a Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), examinando con mesura y paciencia todas las aristas de la paternidad desde una perspectiva adulta que jamás cae en formulaciones banales o esos pasos de comedia que tanto reclama la muchedumbre. Un rasgo interesante de la historia pasa por el hecho de que trastoca el engranaje narrativo por antonomasia de este tipo de relatos, centrado en una tragedia inicial y esa “somatizacion del dolor” que luego muta en la redención de siempre del protagonista: en esta ocasión la trama decide obviar la expiación y concentrarse en cambio en la voluntad para sobrellevar las desdichas.
Estamos ante uno de esos pocos casos en los que la dinámica de las actuaciones del elenco es casi perfecta, con cada miembro del trío principal aportando una interpretación muy ajustada que no sólo enriquece a la película en su conjunto sino que además permite acercar el verosímil hacia un humanismo sincero y respetuoso para con los infortunios inherentes a la muerte del ser querido. Si bien Jane y Bosworth están excelentes tanto en solitario como en lo que atañe a la relación de pareja y a cómo procesan el desconsuelo, a decir verdad el que se roba las palmas es Tremblay, el mismo de la extraordinaria La Habitación (Room, 2015), aquí nuevamente dando una clase de actuación al moverse con comodidad en la delgada línea que separa a la inocencia de esa “viveza” que todos los niños poseen hasta cierto punto. Hoy abrir nuestras mentes es sinónimo de exteriorizar los traumas y hacer las paces con una memoria emotiva que grita fuerte y nunca deja de marcar nuestro presente…