Hay veces que el cine registra de una manera precisa un momento exacto de la contemporaneidad.
Muchas veces esa exactitud se la busca en trabajos de investigación y documentales, volviendo una vez más a esa eterna discusión acerca del cine de documentación versus el cine de ficción y de quién tiene la verdadera potestad sobre la “realidad”.
Sin artificios y con la firme convicción de tomar del mundo del baile para hablar de cuestiones urgentes en la región como el sometimiento, el abuso de poder, la militarización de las fuerzas de seguridad, Jorge Navas en “Somos Calentura” (2018) construye un doloroso relato sobre la resiliencia de los más pobres en momentos críticos.
En un pueblo arrasado por el neoliberalismo, un joven y sus amigos se animan a competir en un concurso de baile callejero para obtener un premio que les permita cambiar sus destinos, o, al menos es lo que ellos creen. Esa puede ser una lectura rápida de la película de Navas, una película que comienza con imágenes de lo que podría ser un apocalipsis, una horadada zombie, pero no, es la historia de un grupo de personas que desean cambiar cuanto antes su realidad.
En esa presentación, para nada ingenua, que dialoga con muchas de las más recientes películas latinoamericanas que denuncian el constante abuso de la clase dominante y los políticos para con los más vulnerables, hay un interés por posicionar al espectador en la escena como un extraño.
Harvey, el protagonista, también es un extraño allí, desnudo, deberá volver a su casilla a dar explicaciones, a resumir rápidamente el porqué de su ausencia, algo que Navas, por suerte, prefiere dejar al margen de la aventura que luego asumirá al bailar. Entre el realismo y la crudeza de las imágenes urbanas, de esa ciudad multiétnica que es dominada por policías y fuerzas corruptas, hay momentos de puro goce visual en cada uno de los números preparados por los grupos que se enfrentan.
El director se mete en el escenario, baila con la cámara a la par de cada coreografía realizada, y con cada peldaño alcanzado y superado, desliza comentarios sobre sus personajes de una manera tangencial. Entre el universo del placer, del goce, del derroche, el carnaval de los cuerpos, del baile, de la música, Navas elige mostrar esos ritmos como escrituras de una resistencia.
No por nada hace ya cientos de años Rabelais se rebelaba contra el orden imperante, con la descripción de las fiestas populares en donde el goce era todo.
Aquí Navas hace lo suyo, con esta épica de luchadores que se esfuerzan en la pista de baile y en la de la vida por salir adelante, por alcanzar sueños inimaginados, y, por sobre todo, disfrutar, que para sufrir y llorar, tienen la eternidad.