SER O PARECER
Mientras Nobuyo está dentro de la bañadera, la pequeña juega con su “pulpito” estrenando la enteriza amarilla que habían tomado de la tienda junto con la abuela. En medio de los saltos de la carnada de pesca por el agua, Yuri descubre que la mujer tiene una cicatriz semejante a la suya en el mismo lugar del antebrazo contrario y no puede evitar acariciar la zona. “Me quemé con la plancha”, le confiesa y ambas estiran los brazos para comparar las marcas como una primera forma identitaria común que diluye el carácter de extrañas volviéndolas afines y ayuda a la construcción de un lazo puro, íntimo y de cariño maternal que sobrepasa cualquier estandarte fijado sobre la idea de familia.
Porque de eso se trata la película de Hirokazu Kore-eda –ganadora de la Palma de Oro de la última edición del Festival de Cine de Cannes–, de indagar, debatir y visibilizar otras maneras posibles de la conformación del primer eslabón social frente a concepciones aún sumamente arraigadas y rígidas en la cultura. La frase “Hemos sido elegidas, ¿verdad?” acompaña la necesidad de reconocimiento a través de símbolos externos para desdibujar la distancia entre la ilusión de parentesco y los roles efectivos, es decir, entre la niña escondida en la calle fuera del hogar en una noche invernal y quienes la recogen convirtiéndose en sus protectores así como también propone al término familia como un proceso abierto en constante cambio.
De hecho, el tímido primer encuentro exhibe los conflictos internos a la hora de tomar decisiones, los sentimientos encontrados y los fundamentos que se ponen en juego en los ámbitos públicos y privados. La elección, entonces, aparece como un valor primigenio, imprescindible y singular para entablar cualquier tipo de nexo personal ¿Cómo debe ser una familia? ¿Qué tipos existen? ¿Quién establece la supremacía de los lazos sanguíneos por sobre los adoptivos? ¿Por qué se mantienen los prototipos obsoletos de mamá, papá e hijos? ¿Cuál es el límite entre enseñar lo que se debe y lo que se puede?¿A través de qué mecanismos se reconocen como semejantes los miembros de una familia? ¿Cómo se expresa el amor? ¿En qué momento el nombre propio se equipara con las construcciones sociales de madre y padre?
Además actúa como un disparador para pensar en la unión de esos personajes de los que se conoce muy poco al principio, salvo que carecen de dinero y viven en una casa todos apretados. Esto tiene que ver con un vasto trabajo narrativo en capas que desprende, de a poco, los datos suficientes para desarrollarlos en tanto individuos y como grupo: una abuela que los mantiene con una pensión de dudosa procedencia; una madre que trabaja en una lavandería y se queda con lo encontrado en la vestimenta; un esposo que obtiene una licencia por doblarse el tobillo y enseña a los chicos a robar en tiendas; una adolescente que es stripper y el pequeño también hallado en la calle, en un auto. Durante gran parte de Shoplifters, el relato se centra en la repetición de las acciones, en la convivencia y en los detalles para consolidar los vínculos identitarios pero con el correr del metraje, una serie de acontecimientos ponen en duda todo el universo que creían conocer y deconstruye las posturas de cada uno de ellos.
En un día de sol, los seis hacen un pequeño picnic en la playa para disfrutar del paisaje y alejarse de la impureza urbana, como si los improvisados trajes de baño aliviaran la carga personal y borraran las historias secretas. Salvo la abuela que los contempla sentada en la arena, todos se divierten en el mar, ríen, se tropiezan, se toman las manos y saltan las olas. Entonces ¿Cómo se determinan los enlaces? ¿Por sangre o experiencias compartidas? ¿Cuándo “es” una familia?
Por Brenda Caletti
@117Brenn