Qué es realmente una familia parece preguntarse el talentoso creador japonés Hirokazu Kore-eda en esta delicada, profunda, emotiva película que ganó el último festival de Cannes. Como siempre un núcleo de relaciones en el centro de su atención, pero esta vez el grupo humano que muestra es distinto, casi caídos del sistema social, prácticamente marginados, sobreviven como pueden. Con pequeños robos organizados, estirando sueldos, trabajos temporarios, pensiones y otras ganancias. Una abuela, un chico que se refugia en un rincón en la pequeña casa, un padre que a veces se deja ganar por hartazgo y la holgazanería, mujeres que trabajan en lo que pueden, aún en la exhibición en una vidriera porno. Ese orden particular se altera cuando deciden darle refugio a una niña que ha escapado de sus padres violentos, por una noche que se prolongará en muchas más. Con ese material y una trama provista de un suspenso que revelará poco a poco misterios, verdades y mentiras de ese grupo, en constante sorpresa para el espectador, el director indaga en el verdadero concepto de piedad, con la comprensión y la inteligencia emotiva en cada uno de esos seres y sus verdaderos sentimientos hacia los demás. Va mucho más allá de lo que un anquilosado concepto de un vínculo de sangre puede sostener. Se maneja con una creación de climas por momentos sublimes, con una ambigüedad que incomoda, que nos hace pensar, además de emocionarnos genuinamente. Llega hasta el fondo de nuestro corazón. No se pierda esta película imprescindible.