La pobreza que no miramos
Desde su debut a mediados de la década del noventa el realizador japonés Hirokazu Koreeda ha cosechado una filmografía exultante de un humanismo existencialista y de una calidez sorprendente. Sus personajes han indagado en la cruda realidad para encontrar un sentido a la vida a través de las más variadas experiencias, destacándose la inocencia como una cualidad que persiste como valor en todas sus obras.
En Somos una Familia (Manbiki Kazoku, 2018) el trabajo, las changas, las tragedias y las vacaciones exponen la dinámica de una familia muy particular que realiza pequeños hurtos para sobrevivir precaria y felizmente en una sensación de aventura y peligro constante. El film presenta a una familia un tanto particular producto de las relaciones sociales en el Japón contemporáneo colocando a la pobreza como un eje narrativo que marca todo el relato. Una pareja sin recursos que no puede tener hijos vive con un niño que no es su hijo, pero que tratan como tal, una joven que se las rebusca en un taller de la imaginativa industria sexual japonesa, una señora mayor a la que tratan de abuela y una niña pequeña maltratada por sus padres que decide quedarse con ellos. Hacinados en una habitación precaria viven todos en un limbo de la venta de los productos robados hasta que descubren que la niña, Yuri, es buscada por los servicios sociales, que han descubierto su desaparición y se han puesto en alerta debido a que los padres no han realizado la denuncia. Esto pone a la pareja protagonista, Osamu y Nobuvo, en un dilema, disyuntiva que de un problema moral y una elección de vida se transformará en una cuestión policial que pondrá en peligro su libertad.
Mientras que la madre de Yuri parece aliviada por la desaparición de la niña, Osamu y Nobuvo se convierten en padres amorosos y Shota y Aki en buenos hermanos que comparten con ella juegos y su forma de divertirse, lo que le otorga a esta hija única la experiencia de una familia por primera vez en su corta vida. El realizador japonés no esquiva las problemáticas ni las contradicciones de la situación. En lugar de caer en el romanticismo de la familia por elección versus la familia tradicional decide complejizar la acción, especialmente en el final, desarrollando distintos aspectos sobre la relación de los personajes que los pone en tela de juicio. A nivel económico los niños estarían mejor con sus familias originales pero es su nueva familia la que les ofrece el amor que sus padres no pueden darles precisamente porque están muy ocupados atareados con sus poses sociales que les proveen el estatus y el dinero y les llevan a abandonar a sus hijos.
Koreeda expone los conflictos que las nuevas relaciones sociales producen en la institución familiar a partir del declive de la familia tradicional como eje de la identidad, desgarrada por las nuevas formas de producción, consumo, percepción y asimilación de estas experiencias. El ejemplo de la familia en cuestión provee de una identidad familiar a este grupo de personas sin un lugar a donde ir desde la elección, una opción de funciona en la práctica, pero que propone nuevos y diversos problemas para el Estado en el ámbito de la legislación y la moral de la cambiante -y tan extraña para nosotros- sociedad japonesa.
El film ofrece así un panorama de la vida urbana en el Japón actual y de la pobreza como factor distintivo de las relaciones sociales a partir de los nuevos centros sexuales, los salones de máquinas de juegos, los almacenes, las grandes tiendas y la forma de habitar apretujada en pocos metros cuadrados, para ofrecer un gran retrato del Japón dominado por las nuevas formas de habitar y vivir bajo las garras del nuevo capitalismo. Desde los valores y la actitud temeraria hacia la vida y la muerte, pasando por el papel de la educación, Koreeda trabaja a conciencia los lazos familiares marcados por la supervivencia, la competencia constante y el consumismo insaciable, analizados tanto desde la mirada adulta como la infantil en una de sus mejores alegorías sobre la inocencia y la familia.