Un Asunto de Familia
Todo empieza con una coreografía bien ensayada. Un niño y un adulto se deslizan por los pasillos de un supermercado saqueando las estanterías sin que nadie los detecte, tapándose de las miradas vigilantes de cámaras y guardias para engrosar el botín, claramente expertos en la tarea.
De regreso a casa, Shota y Osamu festejan lo conseguido y lamentan lo olvidado, hasta que descubren a una pequeña niña jugando en un patio pese al extremo frío del Tokio invernal. Se compadecen de verla allí sola, con frío y hambre, por lo que el padre decide llevarla con ellos. El lugar donde habitan es claramente humilde y con espacio insuficiente para ellos y las otras tres mujeres adultas con las que conviven como parte de la familia, pero nadie objeta mucho el tener que compartir la comida con la niña, salvo por los problemas que les puede traer con sus padres cuando se enteren.
Todos viven en la derruida casa de la abuela, sostenida a duras penas con su pensión y lo que Osamu y su esposa logran juntar como obreros, recurriendo a hurtar en tiendas para completar lo que necesitan para sobrevivir el resto del mes.
La pequeña Yuri inmediatamente se gana su cariño mientras la abrigan y alimentan, pero de todos modos, entrada la noche, finalmente la llevan de regreso. Antes de dejarla donde la encontraron confirman lo que ya sospechaban por las marcas en su cuerpo: por algo prefería estar jugando sola en el patio que soportar el clima que se vive dentro de esa casa, donde claramente los maltratos y la violencia son moneda corriente.
Osamu y Naguya son incapaces de dejarla en ese lugar y deciden regresar a su propia casa con la niña para darle los cuidados y el cariño que merece, aunque sepan que eso eventualmente vaya a traerle problemas con la ley.
Al borde del mundo
Usualmente el cine japonés que nos llega nos muestra dos posibles sociedades. Una es bastante avanzada, donde todos sus personajes viven cómodamente sacando provecho a la tecnología y el capitalismo. La otra es el mundo del crimen organizado, donde nadie parece dedicarse al delito por hambre.
Por eso sorprende Un Asunto de Familia mostrando con naturalidad las penurias de una clase trabajadora que a duras penas gana lo que necesita para sobrevivir y alimentar a su familia, sin acceso a ninguno de esos beneficios que otros parecen disfrutar sin esfuerzo. Osamu no es un criminal típico que busca riquezas fáciles o poder, si roba es porque no tiene otras herramientas para mover la balanza un poco para su lado y sabe que solo trabajando no va a llegar a nada. Hasta tiene su propio código sobre a quiénes puede robar, al menos con la voluntad de no sacar a nadie que lo necesite tanto como él. Con el agregado de que Hirokazu Koreedano romantiza la pobreza ni la delincuencia en la mirada que hace de esta familia de pequeños ladrones, solo las plantea como algo que existe y no tiene sentido negar.
A medida que avanza la trama y vamos conociendo los pliegues en la relación de esta particular familia, va quedando claro que hay varios secretos entrelazados en su historia.
La vieja casa de Hatsue poco a poco va mostrándose más como un refugio para abandonados y desposeídos que da la bienvenida a quienes creen que a una familia no la hace la sangre. Todos los que viven con ella están en las márgenes de una sociedad que mira para otro lado, pero de todas formas siguen necesitando compartir con alguien la vida.
Hay una mezcla rara de resignación y optimismo en la historia que cuenta Un Asunto de Familia, presentando personajes que se saben sin chances de progresar pero que no dejan de disfrutar el presente con lo que tienen, valorando los vínculos afectivos. Y aunque una escena más tarde puedan mostrarse de lo más cínicos e individualistas, el conflicto que esa contradicción les produce es verosímil. Estamos ante una película austera, muy centrada en sus personajes, intimista y climática, que hasta cuando parece que decae o no está avanzando la trama, algo está contando aunque sea para completar alguna faceta de la familia.