El problema principal es que el argumento se va diluyendo a medida que avanza la historia, pues hay cierta indecisión por parte del director sobre qué genero posicionarse, y que es lo que realmente quiere plasmar, si una comedia romántica, si un drama familiar, por lo que se transforma en demasiado previsible, aburrida por momentos.
Son tantas las variables que presenta que la débil estructura no puede hacer de soporte. Para ello están los actores, pues casi se podría decir que es un filme más de actores que de perso, y más de personajes que de conflicto dramático a desarrollar.
Una trama principal que no termina de decidirse hacia donde quiere ir, y varias subtramas en paralelo que no terminan de conformarse a partir de un irregular hilvanado
Jérôme Varenne (Matthieu Amalric), el hijo pródigo de un financiero francés, que vive en Shanghái con su compañera sentimental y profesional Chen-Li (Gemma Chan), que en una parada no demasiado pensada, luego de 12 años de ausencia, llega a París durante un viaje de negocios, de Shangai a Londres. Suzanne Varenne (Nicole Garcia), su madre, y Jean Michelle Varenne (Guillaume de Tonquedec), su hermano, son los encargados en anunciarle que el antiguo caserón en Ambray en el que vivieron de pequeños se encuentra en una venta imposibilitada por una disputa legal, en la que es participe Gregoirie Piaggi (Gilles Lellouche), su amigo de la infancia, devenido en agente inmobiliario, vive en pareja con Louise Deffe, (Marine Vacth), quien junto a su madre Florennce Deffe (Karin Viard), fueron los habitantes de la mansión, cuando los Varenne se mudaron a la ciudad.
Esos múltiples reencuentros y su decisión de bregar por una solución, son los disparadores de lo que se debería haber transformado en una comedia dramática
En ese indagar Jerome descubrirá, que su fallecido padre, medico, y extremadamente rígido, no era todo lo que aparentaba ser. Tenía una doble vida en la que su imagen de intachable termina quedando desfigurada.
En esos recuerdos los fantasmas de la gran casa, y un presente en el que nada quedará supeditado a nada, el negocio inmobiliario, que se mezcla con la política, la reconciliación con el padre muerto, la herencia como vehículo de conflicto entre los hermanos, y una mujer de otro, hará que los cimientos en los que se construyó se transformen en una gran ciénaga.
Triángulos amorosos, infidelidades, corrupción, ambiciones, discriminaciones varias, prejuicios, secretos y mentiras, sumado a que, como decía Leonardo Da Vinci “nada nos engaña más que nuestro propio juicio”.
El director expone oficio como narrador, sin duda, pero parecería no saber hacia dónde apuntar, si demuestra una sapiencia formidable en la dirección de actores, ya que todos cumplen con creces, pues si en realidad ni desde el guión ni desde el desarrollo de los personajes se muestra como un producto interesante, todo la atención recaerá en los actores, quienes cumplen sobremanera.
De esta forma se queda a medio camino de todo, ni siquiera se puede pretender algo de novedoso, ni de la dirección de arte, ni del diseño de sonido, banda musical incluida, de estructura clásica, salvo los flash back de recuerdos del Jerome, todo es demasiado lineal.
El final da cuenta de algo que podría ser la definitiva piedra en el zapato, pues es posible entender, más allá de una aparente sátira, que cada uno es como es y se debería aparear con los suyos.