Los de afuera son de palo
En Somos una familia (Belles Familles, 2015), el director Jean-Paul Rappeneau hace un fallido intento de aggiornar las historias corales francesas al transgredir aquella comedia propia del cine galo, e incorporar la confusión entre hermanos y hermanastros, el gag estilizado, y el regodeo por locaciones paradisíacas en un verosímil que nunca se construye.
Jerome (Mathieu Amalric) es un exitoso empresario que regresa de Singapur para contactarse nuevamente con su madre (Nicole Garcia) y su hermano (Guillaume de Tonquedec), con quienes no tiene relación desde hace tiempo. Luego sigue una trama plagada de conflictos completamente diferente al panorama planteado inicialmente. Y es que en ese reencuentro forzado para resolver la venta de una propiedad junto a su mujer (Gemma Chan) -Jerome estará solo unas horas en Francia antes de embarcar nuevamente-, se hacen presentes las miserias y deudas pendientes de la familia. En el contraste entre el que llega y aquellos que se quedaron, el guión del propio Jean-Paul Rappeneau incorpora a la bella y enigmática Louise (Marine Vacth), quien esconde un secreto que modificará la dinámica entre todos.
Somos una familia avanza con el acercamiento entre Jerome y Louise, desplazando de la historia al resto de los protagonistas y a la propia casa en venta para desarrollar una prohibida historia de amor con conflicto de intereses (económicos). Pero claro está que esto es cine, y que para continuar con el metraje se narra qué pasa con la mansión, los hermanos, los amigos y el personaje de la madre, a quien el guión otorga un arco potente de desarrollo sacando a la luz una serie de amantes y mentiras que repercuten en ese presente expectante de cambios.
El realizador divide el relato en tres etapas discursivas bien diferentes entre sí: una presentación de los actantes descriptiva, una interrelación entre ellos conflictiva, y una resolución final plagada de clichés y lugares comunes que la acercan al más predecible cine americano y la alejan de la originalidad que siempre posee el cine francés.
Somos una familia va demoliendo su propuesta a medida que avanza la acción y no tiene miedo de traicionarse a sí misma con esta historia de mentiras ontológicas, que construyen un núcleo familiar que quiere resistirse al progreso, a pesar que justamente en él está la respuesta a los problemas que se les presentan.