Con una carrera de un cuarto de siglo como uno de los rostros más reconocibles de la comedia norteamericana, a la fecha Adam Sandler no había hecho una secuela. Con una industria ávida de segundas partes, remakes, reboots, adaptaciones o nuevas miradas, sin duda es un logro que el humorista se haya mantenido fiel a su gente en producciones "originales" durante tanto tiempo, pero en algún momento había que ceder. No habrá una continuación a Funny People o a Punch-Drunk Love, por el momento tampoco a Happy Gilmore, Billy Madison o a The Wedding Singer -ya clásicos de su filmografía-, sino que es lógico que de hacerlo se lo haga con Grown Ups, una comedia floja del 2010 con una recaudación de 271 millones de dólares a nivel mundial. Con Grown Ups 2 hay una repetición de fórmula, esa misma que no había funcionado la primera vez, pero el resultado es un poco mejor que en la anterior oportunidad. Es ridícula, escatológica y con decisiones realmente inentendibles, pero hay una evidente falta de preocupación por lo que se hace y eso en algo la ayuda.
Sandler es fiel a su familia cinematográfica, es un hombre que cuida de su gente. Es una especie de Marcelo Tinelli norteamericano que lleva consigo a todos sus históricos colaboradores y los mantiene cerca para que compartan su éxito. Chris Rock y Kevin James han triunfado por su parte pero la visibilidad que el otro otorga es innegable, así como también que David Spade estaría complicado de no estar a su lado. Él puede traer a Shaquille O'Neal a escena y darle mucha participación, y también es quien no se olvida de Tim Meadows o Colin Quinn -gente del Saturday Night Live de los '90 que si no fuera por él no trabajaría-, así como de Nick Swardson, una persona que debe ser un agradecido de la vida de poder aparecer en pantalla con su falta de gracia absoluta. Peter Dante es el ejemplo perfecto de una carrera hecha a espaldas del otro y no está mal porque, como se ha establecido, el cómico se ocupa de su gente.
Y este ocuparse de los suyos es lo que explica Grown Ups 2 y su éxito. Tim Herlihy y Fred Wolf son dos guionistas que han trabajado mucho junto a él -ya desde la época de SNL-, lo mismo que el director Dennis Dugan, otro de los favoritos del actor con Frank Coraci o Peter Segal. La película es una reunión de amigos literal, es Adam Sandler divirtiéndose con sus viejos conocidos. En esta segunda parte ni siquiera hay un conflicto claro, sino que se suceden una serie de situaciones incoherentes para emparchar como se pueda una mescolanza acerca de ciertos tópicos como la importancia de la familia, la pertenencia al pueblo, el enfrentar a los abusivos, el amor entre niños, la relación padre e hijos y demás cuestiones que apenas se tocan para que la película se sienta como algo más que una seguidilla de gags que no funcionan.
Entiendo por qué Adam Sandler hace lo que hace. No hay nada mejor que a uno le paguen por hacer lo que le gusta. Él y los suyos se divierten, aunque no necesariamente lo haga el público también. Con esta secuela se bajó el tono aleccionador de la primera parte y directamente se fue al extremo de lo básico. El humor escatológico abunda -uno de los chistes recurrentes es la hazaña del eructo, estornudo y pedo de Kevin James-, la ridiculez está a la orden del día -seguramente crean que Taylor Lautner con sus piruetas es gracioso, lo mismo que Nick Swardson en su rol de imbécil total, pero no- y es difícil siquiera sonreír con algunas de las situaciones patéticas que se disfrazan de humor. Así se explica por qué las mujeres se ven limitadas a ser las amas de casa -desaprovechar a Maya Rudolph o a Maria Bello es un lujo que sólo ellos se pueden dar- mientras que los que la pasan bien son los hombres. Ellos se divierten entre amigos y sin esfuerzo, con ningún chiste que se haya pensado más de 10 minutos, y encima cobran fortunas. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?