La decadencia
Sandler vuelve a confundir madurez con conservadurismo y el trazo grueso lo acerca más al cine de los hermanos Sofovich que a los filmes inaugurales de la nueva comedia americana.
La nueva comedia yanqui en su aparición, entre otras cosas, permitió observar en sus protagonistas (casi siempre masculinos, treinteañeros) un claro síndrome de Peter Pan. Hombres que viven en una infancia eterna, que se niegan a asumir su edad o al menos se muestran incapaces de demostrar un gesto de madurez o responsabilidad alguna. Los actores, nuevos comediantes (dónde Saturday Night Live se constituye en semillero), se forman en ese estereotipo y las películas dan cuenta de ello de manera indirecta, simbólica, como resultado de un análisis posterior. Creo que por primera vez en Son como niños la explicitación es la base fundante.
Un grupo de cinco amigos (Sandler, James, Rock, Spade, Schneider), que de pequeños eran parte integrante de un equipo de básquet, vuelven a encontrarse después de treinta años ante la noticia de la muerte de su entrenador. La vida los ha llevado por caminos diferentes pero tienen un pasado en común (uno comprenderá que más que pretérito ese ayer es un hoy eterno, perpetuo, algo así como el Presente Continuo del idioma inglés) e inmediatamente organizan un fin de semana en una hermosa casona que da a un lago y que los albergará a todos, ahora con sus respectivas familias.
Cada uno tendrá la posibilidad de enfrentar aquellos problemas que los aquejan como grupo o individuos. Algunos de esos problemas hasta son presentados como fundamentales y/o bastante centrales para las relaciones familiares establecidas y sólo pueden creerse como tales si uno acepta la premisa de que un problema es “el” problema para quien lo padece, pero no por su importancia abstracta ni su desarrollo. Y además se resuelven de tal forma que tampoco se sostiene su cacareada y supuesta profundidad.
La película es una comedia de trazo grueso que echa mano a todos los consabidos recursos humorísticos (eructos, flatulencias, vómitos, toqueteos de partes pudendas, etc.) que rozan la grosería para cierto gusto pacato, que demuestran escasa inteligencia para desarrollar otros acercamientos al humor y que, a esta altura, ya ni pueden considerarse políticamente incorrectos. Y que a todo esto le suma un desarrollo de la historia previsible y aburrido. Y la marca del orillo de su protagonista estrella, guionista y productor Adam Sandler.
Sandler viene trastabillando hace ya muchos filmes confundiendo madurez con conservadurismo. La ideología con la que plantea las construcciones familiares en sus proyectos lo va encaminando en una especie de rémora del reaganismo de los ’80. Melodrama de bajo cuño, progresismo, sentimentalismo burdo, bajada de línea, moralina barata (véase Click; Cuentos que no son cuento; Yo los declaro marido y… Larry). Y en Son como niños le suma el patrioterismo de las banderas y la independencia nacional. Y la condescendencia disfrazada de buena conciencia (el juego de básquet en el presente es la prueba).
Eso sí, todo sostenido por la división (binaria) sexista del macho. Con todos los prejuicios habidos y por haber. Las mujeres son lindas, jóvenes y estúpidas o no son. Los hombres lindos (que no son ellos) muestran su falla. Los gordos, los latinos, los pobres. Todo se encasilla y es motivo de humor. Claro que hay excepciones (algunas practicadas sobre ellos mismos) que pretenden demostrar que tal regla no es posible de usar para hablar de este filme. Pero es como si dijéramos que porque Flor de la V tiene éxito la sociedad argentina aceptó a las travestis o que porque se legalizó el matrimonio igualitario, el prejuicio social se terminó. Cada vez más algunos de estos cómicos se asemejan a las representaciones que veíamos en las películas de humor (¿?) de los hermanos Sofovich. Lastimosas y sostenedoras del status quo.