Rasgar las cuerdas del dolor
Gracias a la plataforma de financiamiento crowdfounding (recibir donaciones mediante internet), la debutante catalana Anna Bofarull, bucea en el universo interior de una mujer que ha dedicado toda su vida a su pasión por el virtuosismo en la ejecución del violonchelo y que en el pináculo de su carrera comienza a experimentar un progresivo deterioro que la alejan de sus chances de superarse para sumergirla en un mundo interior atravesado por la enfermedad neurológica fibromialgia.
Los síntomas de ese decaimiento aparecen ni bien comienza el film por lo cual queda establecido desde el primer acto que el derrotero de la protagonista (Monste German) se verá fuertemente atacado por los dolores físicos, las frustraciones y los replanteos a partir de lo irreversible. Como en toda película de enfermedades incurables, el pasado ocupa un lugar protagónico como aquella estación donde el tren se estanca entre el andén del remordimiento y de los recuerdos felices. Allí, su relación con el entorno íntimo regresa en forma de reproche y eso hace mella tanto en el dolor físico como en el del corazón.
Pero la música clásica no está enferma y vive en el interior de la protagonista, domina la escena como parte de una banda sonora para la que la rigidez de las manos aparece como intervalo en medio del escape onírico que busca recuperar las alas de la creatividad para interpretar la última partitura sin dolor y con toda la pasión a flor de piel.
Resulta limitada la anécdota, pero gracias a la performance de Monste German, los dispositivos de la empatía se accionan y forman parte de este progresivo juego perverso entre el despojo y la necesidad de que el pasado regrese.