A veces es necesario hacer memoria y pensar que no importa de dónde vienen las ideas para una película. ¿Quién sabe qué puede ser genial o qué no? Nadie. Así que decir, de entrada, suelto de cuerpo, “qué cosa horrible debe de ser la adaptación del videojuego Sonic”, no vale: después de todo, los videojuegos como Sonic intentan tener una historia, una rémora del propio cine. La memoria viene en nuestra ayuda: ¿Acaso “Resident Evil”, de lo más divertido del cine más o menos reciente, no viene de un videogame? ¿Acaso “Piratas del Caribe” no proviene de una atracción de Disneylandia? Así que uno se ampara en la memoria y ve Sonic. ¿Y qué ve? Ve una historia trivial de bicho extraterrestre que se hace amigo de un policía para escapar a un supervillano, este último interpretado por un no demasiado interesante Jim Carrey. Y hay algunos chistes, y el bicho corre a gran velocidad, y la cantidad de arbitrariedades necesarias para que la cosa funcione superan, incluso, la necesidad de lógica de un niño (los niños, de paso, son el público más exigente: que digan “me gustó” cuando vieron un bodrio es solo falsa cortesía a los adultos sufrientes). Y nada más. Sonic no es mala, simplemente no es. Construye un bastidor de historia para disponer de escenas de acción que ya sabemos cómo terminarán, y cierra el asunto con una declamación sobre la amistad. En fin, peor es que hicieron una película basada en la Batalla Naval (sí, “Battleship”, cómo olvidarla es algo que uno se pregunta todos los días).