El único problema de esta película es que dura diez minutos más de lo que necesita. Con pocos pero efectivos recursos, el realizador Parker Finn cuenta la historia de una presencia sobrenatural que puede ser, en realidad, parte del inconsciente de una psiquiatra acosada por gente que sonríe y muere, o sonríe y mata. Es cierto que tiene “sustos” un poco artificiales, pero a favor es necesario señalar que suelen ser muy originales, per fectamente diagramados dentro de las posibilidades del cine. Pero lo más interesante, lo que verdaderamente transforma la historia en una película de terror, es que todo momento es inestable. Que muchas de las secuencias más terroríficas ocurren en pleno día (cierta fiesta de cumpleaños, por ejemplo, está dentro de las secuencias destacables de este año). Logra lo que debería lograr cualquier ejemplo de este género: la inestabilidad absoluta de nuestros sentidos, esa que nos provoca al mismo tiempo el miedo de ver y la fascinación por hacerlo.