Sordo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Búsqueda infructuosa de una forma

Como con otros géneros, el desafío inicial para el documental es encontrar una premisa que genere interés en el espectador. El segundo desafío es hallar la forma que cobije de la mejor manera posible la anécdota que se aborda. Sordo supera el primer obstáculo con relativa facilidad pero no termina de encontrar la perspectiva ética y narrativa que capte la atención.

El documental de Marcos Martínez sigue a un grupo de teatro porteño compuesto únicamente por actores sordos, durante sus ensayos para la presentación de una obra compuesta únicamente por el lenguaje de señas, asistiendo a los avances y retrocesos, a las dudas, certezas y debates propias del proceso creativo y la relación con el público. Lo llamativo es que Sordo también está, al igual que los individuos que retrata, durante todo su metraje buscando la manera justa de transmitir su mensaje, pero lamentablemente no termina de descubrirla. Y esto sucede en buena medida porque los actores serán sordos, pero eso no contribuye a dejar de lado las palabras y discursos explicativos, sino todo lo contrario: el cineasta no potencia el aspecto visual ni explora lo que pueden dar los particulares cuerpos que contempla en el ámbito teatral. Tampoco consigue adentrarse nítidamente en las experiencias, vivencias y dificultades de los personajes en los que hace foco.

Esto último no deja de ser llamativo, porque el film abarca no sólo lo que ocurre en el contexto teatral, sino que pretende adentrarse en la esfera personal de los protagonistas, pero su puesta en escena es tan elemental, poco profunda y hasta fría, que nunca consigue acercar al espectador a lo que implica ser sordo, algo que no sólo tiene un costado socio-cultural, sino incluso político, que sin embargo no termina de dejar su huella en las imágenes. Aunque las intenciones se puedan intuir, lo palpable termina siendo que Sordo quiere contar demasiadas cosas y cae en una ramificación excesiva, en cosas ya dichas u obvias.

Recién en el final, a la hora del estreno de la obra, el documental parece encontrar su centro o al menos algo que contar con propiedad, aprovechando las posibilidades del cine. Allí pone en juego las miradas de los espectadores, haciéndose cargo de lo que implica la instancia de recepción de la obra teatral, algo que puede trasladarse a la misma película. Ese momento muestra un film más inteligente y hasta sensible, que piensa el teatro desde el cine, y lo que puede dar y generar el dispositivo cinematográfico. Pero con esa conclusión no alcanza y lo que queda es la sensación de una oportunidad desperdiciada, de algo que pudo ser mucho más de lo que fue.