Buena noticia 1:
Billy Crystal, uno de los mejores comediantes norteamericanos de todos los tiempos, volvió a un protagónico. Actor versátil que hace parecer a los gags, juegos de palabras y salidas rápidas, un juego de niños. Filoso, punzante… claramente un cómico inteligente y despierto.
Buena noticia 2:
Bette Midler también volvió a un protagónico, una vez más entendiendo claramente esto de ser partenaire, contraparte y acompañante sin ir en desmedro de su propia forma de humor, como lo hizo en aquella genial “Sopa de gemelas” (1989), junto a Lili Tomlin, o en la indispensable “¡Por fin me la quité de encima!” (1986), con Danny de Vito.
Mala noticia (o no tan buena) 1 y 2:
Ambos actores siguen sin poder encontrar un guión a la altura de sus talentos. ¿Nadie en Hollywood sabe quienes son estos grandes, con su enorme caudal de recursos, como para intentar explotarlos al máximo?
La pasión de Artie (Billy Crystal) como relator de béisbol, llegó a su fin. Lo despiden a los sesenta y pico de las mini-ligas alegando anacronismo. En efecto, Artie no tiene ni la menor idea de lo que son las redes sociales; los celulares; ni nada relacionado con la tecnología y la comunicación moderna. Diane (Bette Midler), su mujer, lo acompañó siempre y ahora ve la chance de re-conectar la relación con su marido y hacer… bueno… de disfrutar los años que quedan.
Ambos salen camino a otra ciudad a cuidar de sus tres nietos mientras su hija Alice (Marisa Tomei) viaja a Nueva York acompañando a su marido Phil (Tom Everett Scout), quien deberá recibir un premio por diseñar “la casa inteligente”, en la cual prácticamente no hace falta ni barrer el piso.
Obviamente, al llegar los abuelos se plantea el humor a partir de los contrastes. Así como hay un abismo generacional entre la tecnología y la “vieja usanza”, se produce otro entre la educación de antaño y la moderna que contempla todo tipo de concesiones y formas de comunicación psico-terapéuticas, en las que hasta se pierde el sentido de la competencia.
Los nietos padecen casi todo el abanico de diagnósticos posibles en el vasto mundo de los trastornos generalizados del desarrollo, incluyendo tartamudeos, amigos imaginarios y frustraciones producidas por la presión del “deber ser”. La semana con los nietos, en una casa en la cual una voz dice qué hacer o no, supone entonces el gran contraste funcional al contexto principal de la trama.
El espectador habrá de esperar una comedia “para toda la familia”, cuyo mensaje sobre la mejor forma de educación quedará sepultado inevitablemente por escenas con mucho sentimentalismo, siempre efectivo en estos casos.
Por otro lado, parte del humor de Crystal sucumbe ante la falta (o debilidad) de la traducción en el subtitulado. Ni que hablar de la versión en español donde se pierde mucho más.
La dirección de Andy Flickman es apenas correcta ante un guión que no ofrece desafío alguno y que, en definitiva, es salvado por todos los integrantes del elenco. Por cierto, alguien debería notar en Bailee Madison, la nieta mayor, una tremenda tendencia a la sobre actuación que viene mostrando desde 2011 en “No temas a la oscuridad”. Si tuviera rulos sería una especie de Lorena Paola en inglés.
Nótese la conclusión a la que llegaremos al final: Sin Billy Crystal esta producción no pasaría más allá de la programación de la televisión un domingo por la tarde.
Calificación: Regular. (Iván Steinhardt).