No hace falta ser muy sagaz para notar que Soy el número cuatro se emparenta claramente con la saga de Crepúsculo. Ámbito estudiantil, chicos y chicas carilindos y atléticos, amores entre humanos y no humanos, legados sobrenaturales para honrar, enfrentamientos entre líderes juveniles antagónicos, etc. Además, ante un desenlace que evidencia sin pudores aventuras en ciernes, se asegura en principio una secuela. Al menos opta por la ciencia-ficción en lugar del terror light de los films basados en los libros de Stephenie Meyer, con su remanido desfile de vampiros, licántropos y demás deformidades que se entremezclan con devaneos teens de poca monta. El film de D.J. Caruso (que viene de hacer un muy buen thriller como Control total), combina con cierto atractivo fantasía extraterrenal con acción y romance, logrando pasajes interesantes a través de ese errante adolescente cósmico, parte de una comunidad de nueve miembros, que huyendo de enemigos interplanetarios encontrará en Ohio un lugar de pertenencia afectiva.
Más allá de la inevitable y algo forzada historia de amor y sin ponerse exigente con los bonitos protagonistas, Soy el número cuatro funciona como un buen anticipo de lo que vendrá si el éxito la acompaña. Los correctos efectos visuales se guardan alguna monstruosa sorpresa en la lucha final.