Puritanismo post-Crepúsculo
Estudiantina superflua y pretendidamente banal mixturada con el sci-fi más clase B que Disney pueda imaginar, todo salpimentado por escenas de acción sin demasiado brillo, Soy el número cuatro (I Am Number Four, 2011) es la primer muestra del enorme daño que la saga Crepúsculo le ha hecho (y lamentablemente seguirá haciendo) al cine para jóvenes.
Hermana menor de la serie Smallville, en la que el director D.J Caruso dirigiera un par de capítulos, Soy el número cuatro se centra en John, un “adolescente extraterrestre”– adolescente extraterrestre- que debe camuflarse entre estudiantes todo lo comunes y corrientes que el target ABC1 al que Disney apunta sus cañones pueden ser. Ya se han muerto tres de sus compañeros y él será el cuarto. Pero llegan las mariposas al estómago y todo intento de supervivencia quedará supeditado a la hermosa Sarah (Dianna Agron).
Si la premisa de un ¿hombre? con superpoderes perseguido en la tierra remite a la serie de Warner, la última película del director de Control Total (Eagle Eye, 2007) exterioriza como pocas la velocidad supersónica con que se esparcen los paradigmas y tendencias cinematográficas en la industria norteamericana actual. Es que a más de un año del lanzamiento de Crepúsculo (Twilight, 2008), allá por noviembre de 2009, la prédica puritana, el modelo físico adolescente inflamado a anabólicos, la neutralización de la pulsión sexual y la gravedad impostada a machacazos pergeñada por la pluma de la mormona Stephenie Meyer se expande como mancha de petróleo en el Golfo de México.
Ya desde la elección del casting y el avance a trancazos de Soy el número cuatro se ve el aura republicana de la saga vampírica, con el perdón correspondiente a los vampiros y sus fanáticos. El veinteañero Alex Pettyfer compite en inexpresividad con ese fenómeno del marketing llamado Robert Pattinson. Ambos son de la escuela del rostro pétreo, siempre con rictus de constipado, quejoso por los dolores de una vida que los excede y no logran comprender. Aquí y allá, son mundillos donde drama se confunde con pesadumbre.
Pero no es todo: adolescente y con torneado físico inhumano –lógico, es extraterrestre-, John encuentra en la belleza angelical de Sarah un motivo más que suficiente para su primer enamoramiento. Y sí, cualquier hombre haría lo propio si ella tuviera el rostro ahora mundialmente conocido de Dianna Agron, en un papel a años luz de los matices y vericuetos de la porrista embarazada de Glee. Lejos de celebrarlo, Caruso impone la misma condena moral a la pulsión y el deseo sexual que hacía Mayer con la insufribles diatribas morales del libido Pattinson. Quizá por eso haya una discordancia entre lo que se cuenta y la forma de hacerlo, con una gravedad inusitada, como si cada acto nimio de la vida cotidiana estuviera cargado con la certidumbre de lo irrepetible. Aquí está todo rebajado la idealización adolescente: él es perfecto, ella también, se conocen, se corresponden, pero no pueden. Épica romántica para púberes.
¿Que el trailer promete tiros? Sí, un poco hay. Malas, digitales e irrelevantes (¡igual que Crepúsculo!), las escenas con perseguidores de tres metros que acosan a nuestro héroe poco hacen para salvar a Soy el número cuatro del panfleto conservador. Película imposible, donde ni siquiera el nerd parece nerd.