Una historia que combina elementos de ciencia ficción con un romance adolescente
Desde hace años, los estudios de cine están buscando incansablemente la próxima adaptación literaria de una saga infanto-juvenil que ocupe el espacio y se lleve los millones en taquilla de Harry Potter. La serie que pasó de la página a la pantalla que más se le acercó al mago de J. K. Rowling es Crepúsculo . Soy el número cuatro se ubica justo en medio de esos dos fenómenos tomando prestado un poco de cada uno. Por un lado, su personaje central, John (Alex Pettyfer), es un adolescente huérfano que debe ocultar al mundo que no es humano sino el cuarto integrante de una muy especial raza extraterrestre que podría salvar a la humanidad de unos malísimos guerreros llegados de su planeta de origen. Por el otro, obligado a huir junto a su padre adoptivo, el chico llega a un nuevo pueblo donde además de intentar esquivar a los estudiantes más populares que hostigan a sus compañeros por los pasillos conoce a Sarah (Diana Agron, de Glee ), solitaria fotógrafa aficionada.
Así, Soy el número cuatro cambia a los magos perseguidos por el mal y los vampiros enamorados por un extraterrestre juvenil que, entre efectos especiales y unas cuantas persecuciones nocturnas muy bien coreografiadas, se hace el tiempo para declararle amor eterno a la chica de sus sueños.
Camino al póster
Más allá de que el guión tenga más de fórmula que de idea original, el relato entretiene, especialmente cuando logra olvidarse de los estereotipos -no es necesario acentuar las inclinaciones artísticas de la protagonista haciéndola usar una boina todo el tiempo-, para focalizarse en las escenas de acción. Aunque hacia la mitad del film dirigido por D. J. Caruso ( Paranoia ) el romance adolescente le gana espacio a la fantasía de ciencia ficción que prometía. En ese punto, el rubio Pettyfer adopta todos los gestos del conflictuado héroe que hace suspirar a las chicas.
Así, el joven actor británico ingresó en el terreno que hasta ahora dominaba su compatriota Robert Pattinson gracias a Edward, el vampiro enamorado de la saga Crepúsculo. Para darle tiempo de establecerse como ídolo de adolescentes, la película planta indicios y presenta personajes que podrían desarrollarse en una secuela que, de realizarse, debería centrarse en la número seis, la extraterrestre bella, fuerte y poderosa que interpreta la actriz australiana Teresa Palmer. Y tal vez, si la segunda parte ocurre, los guionistas podrían darle algo más que hacer a Diana Agron, que en la serie Glee demostró bastante más rango actoral que en esta película.
A pesar de algunas inconsistencias en el guión -como que el chico malo del secundario corrija sus modales sin explicaciones ni consecuencias de una escena a la otra-, Soy el número cuatro tiene el encanto de un entretenimiento sencillo que a pesar de sus pretensiones no se acerca a los films de Harry Potter.