25 años después llega Space Jam: Una Nueva Era, secuela que esta vez cuenta con LeBron James. ¿Cómo se compara con la original?
París, Francia, 1967. Un teórico del cine de formación marxista se despierta de una pesadilla sudando frio. En su sueño, que lo atormentaría por el resto de su vida, era obligado a ver una película tan claramente creada con fines puramente pecuniarios que borraba la línea que separa al cine, incluso en sus versiones más pochocleras y mercenarias, de una publicidad de 30 segundos que interrumpe un video de Youtube.
Si bien el crítico no llegó a ver concretada tan ominosa premonición, nosotros no tenemos tanta suerte. Esa película existe entre nosotros, y se llama Space Jam: Una nueva era.
¿En qué momento de la producción de esta secuela a la comedia híbrida entre live-action y animación noventosa se convirtió en un institucional de casi dos horas para la marca Warner Bros. y sus servicios de streaming? Por ahora solo podemos especular al respecto, aunque si fracasa estrepitosamente en la taquilla de seguro en el juego de la culpa irán emergiendo los detalles.
Lo que es seguro es que no fue un proceso limpio, como indica la suma de seis firmas entre los guionistas (Juel Taylor, Tony Rettenmaier, Keenan Coogler, Terence Nance, Jesse Gordon, Celeste Ballard). La desfachatez con la que se autopromociona al estudio y sus franquicias, la caradurez con que se venden otros productos y servicios en lugar de contar una historia, es tanta que hasta diría que es admirable en su honestidad.
Todo está en la superficie, el subtexto es texto en Space Jam, una película que no se gasta en disimular para qué fue hecha. Porque si bien hay una semblanza de conflicto humano en la historia, con las moralejas de siempre asomando desde el minuto uno (trabaja duro y vas a progresar, la familia es importante y todo el biribiri), el verdadero nudo de la historia, lo que motoriza la trama es el problema de la marca, su promoción y el negocio del entretenimiento en tiempos de digitalización acelerada.
El conflicto central de Space Jam: Una nueva era enfrenta a un algoritmo megalómano, interpretado por Don Cheadle (quien espero, por lo menos haya cambiado la Ferrari con el sueldo), quien abduce a LeBron James al mundo virtual del Serververso Warner 3000 y lo obliga a enfrentarlo e un partido de básquet a cambio de liberar a su hijo ficticio (Cedric Joe). El desafío es una retaliación porque la estrella de la NBA se niega a su plan de negocio para potenciar los dividendos del estudio mediante su digitalización e inserción en cada una de las películas. (Una idea explorada de manera mucho más interesante en el film de Ari Folman, The Congress).
Space Jam
La obligada secuencia de “armar el equipo” pasea a James y Bugs Bunny por varias de las franquicias más rendidoras de WB, con cameos a patadas. Pensá en la empalagosa pelea final de Ready Player One, pero sin el nombre de Spielberg que eche un manto de piedad sobre el asunto. Un par de referencias te sacan una sonrisa, como explorar al DCverso en su versión Bruce Timm, o soltar al Coyote y el Correcaminos en la persecución de Mad Max: Fury Road. Pero realmente ningún chiste te hace reír tanto como el hecho que se presente la distribución digital de Warner como un mundo de ciencia ficción, cuando HBO Max no es capaz de generar subtítulos como la gente.
No ayuda tampoco que el intento de conflicto emotivo que hace esta secuela de Space Jam dependa de las dotes actorales de un muy duro LeBron James. No es que Michael Jordan fuera un gran actor, pero su carisma natural lo hacía llevar con más solvencia todo el asunto.
Además, en la original de 1996, Jordan solo debía “actuar” de un jugador de básquet que participa de un partido con dibujos animados. Aquí se espera más de James, quien debe hacer de padre un niño actor y brindar carnadura a una relación familiar de ficción, lo cual claramente no está capacitado a hacer. En la decisión del estudio de reemplazar a LeBron durante media película con una versión de dibujo animado se vuelve evidente que esta incomodidad del basquetbolista para dar el salto a la actuación era un hecho reconocido por todos los partícipes.
En cuanto a los efectos, la verdad que ya ni sé que decir. Lo más interesante quizás sea la búsqueda de diferentes “texturas”, mezclando animación, live-action, CGI y hasta una secuencia símil comic. Los Looney Toons en tres dimensiones personalmente no me ofenden, aunque seguro habrá voces críticas de esto, así como sobre el resto de trabajo de FX. Lo que es seguro es que la digievolución final de Cheadle vive en el “uncanny valley”.
Quiero aclarar que yo no quería odiar esta película. En 1996 yo tenía 9 años, jugaba al básquet y, por alguna razón, pensaba que Taz era cool, así que Space Jam parecía estar dirigida precisamente a mí. Recuerdo hasta los muñecos que venían con una marca de salchichas, y la frustración que me dio no poder conseguirlos a todos.
Space Jam
Esta vez, sin embargo, me es difícil imaginar que algún niño se sienta interpelado de esa manera, al punto que me hace preguntarme ¿Para quién es esta película? Los chistes sobre MC Hammer y referencia a dibujos animados de principio de los noventa parece señalar que se corteja a los espectadores de la original de 1996, pero estimo que solo aquel adulto que se ponga a jugar a ¿Dónde está Wally? con las referencias en segundo plano saldrá realmente entretenido de estas dos horas de cine.
Por otro lado, es explicita la búsqueda por apelar al público infantojuvenil, introduciendo el ribete del videojuego dentro del cual se desarrolla el partido. Pero la película está tan claramente escrita por gente que no entiende nada de cómo funcionan ni cómo se hacen estos, por lo que dudo que alguna chica o chico pique el anzuelo. Los pseudodiálogos sobre programación suenan tan falsos que parecen sacados de una de hackers de los noventa. Ni hablemos del rap de Porky, una salida tan cringe como ver a tu papá y mamá haciendo el bailecito de moda en Tik Tok.
Se aprecian algunos cambios producto de la época como, por ejemplo, la inclusión de jugadoras de la WNBA. (Ni voy a entrar en el debate por el “rediseño” de Lola Rabbit). Más allá de eso, no le veo mucho más aporte a esta secuela que nadie estaba esperando. Sigan jugando al Fortnite tranquilos, no vale la pena salir de casa e ir al cine por esto.