SERVIDOR-VERSO O: APRENDER A DEJAR DE PREOCUPARSE POR LA CANCELACIÓN Y AMAR LA NEUTRALIDAD
En la década anterior hubo una inquietud que atravesó a las generaciones nacidas en los 80s y 90s por igual. Y esta es: Pensar si los buenos recuerdos que tenemos de Space Jam vienen acompañados de una película buena o simplemente de una nostálgica.
Hoy parecería que eso importa poco o nada. El espacio que ocupa la aventura de Michael Jordan jugando al básquet con los Looney Tunes en la memoria de sus públicos juveniles de aquellos tiempos comprende una suerte de entelequia particular por caso. En el mío, está mi cumpleaños de cuatro años, cuando mi tío me regaló el VHS editado por AVH con caja transparente. Un presente que impuso su ahijada (mi hermana) y al que hemos repasado hasta el hartazgo. Como resultado, todavía en la actualidad nos sabemos todos los diálogos del doblaje en español latino, a pesar de haber perdido todo souvenir del momento: como el casete mencionado y todos los muñecos que venían con los comestibles de una famosa empresa argentina productora de fiambres.
Por el lado del conciente colectivo, cada tanto emerge lo anecdótico de la ficha técnica, que el director de fotografía de esta película es el mismo que el de Taxi Driver y Toro salvaje.
Con respecto a su -primera- secuela, Looney Tunes – De nuevo en acción solo contaba con un cameo de Jordan (recuperado por banco de imágenes) para establecer algo de continuidad con su antecesora. De ella a veces se destaca que el director es Joe Dante, quien fue anticipado como un inminente director de estos personajes al tener una escena con Chuck Jones en su currículum, con Gremlins. Yo, personalmente, recuerdo que me la perdí en cines y que alquilé su DVD en el Blockbuster de Wilde apenas había salido, en marzo de 2004. Tengo que admitir que siempre me gustó y la sigo admirando más que a la otra. Es una película que anticipó el cariño masivo por las celebridades ex interpretantes de James Bond que no fueran Sean Connery y Roger Moore, algo que se terminaría de consolidar a fines de 2006, con la llegada de “La colección definitiva” de 007 en DVD.
Su tema central, el de explorar el rol de los personajes secundarios -en esta ocasión el del Pato Lucas y el de Brendan Fraser encarnando al doble de riesgo de Brendan Fraser-, que son desplazados por el favoritismo de las audiencias, está abordado a la perfección de principio a fin y determinar si es una buena película, o no, me interesa poco. Es también la que me impuso en el radar a Timothy Dalton como Bond, quien paulatinamente se convertiría en mi encarnación preferida del espía británico y sus películas no harían más que subir de rango en mi insulso -pero revisado cada año- ranking bondiano.
Entonces llega esta -segunda- secuela, meses antes del 25° aniversario de la primera y se enfrenta, por lo menos, a dos murallas. Una prematura, la siempre ridícula pregunta de si “¿es necesaria…?” porque ya sabemos que el concepto de secuela no se define por necesidad, salvo que nuestros ingresos dependan de las billeteras de las compañías productoras, distribuidoras y/o exhibidoras. La segunda muralla, la que me intriga de verdad, es el poco tiempo que ocupan Bugs Bunny y sus colegas en la vida de los niños en la actualidad. Buena parte de las ya aludidas generaciones nacidas en los 80s y 90s ha conocido a estos personajes por cable. En ese entonces, la Warner Brothers posicionaba a estos relatos en varios lugares de la grilla de programación, por lo que veíamos al conejo y al pato tanto a la mañana como a la noche a lo largo de todas las semanas. Esto ha dejado de ser así desde hace décadas.
Claro que los personajes todavía siguen siendo reconocidos por todas las edades, pero las infancias de hoy no cuentan con el mismo nivel de acompañamiento que las de antes, salvo que tengan padres y madres que conserven alguna colección tangible o digital que las compartan con sus descendientes.
Volviendo a la -ahora autoproclamada- secuela de Space Jam. Nadie duda que esta va a hacer lo mismo que hizo con Michael Jordan, pero con LeBron James, quienes se interpretaron a ellos mismos, con una diferencia notable. Jordan fue representado durante su primer retiro del deporte en el que se destacó. Sin embargo, la crisis que combate el Rey LeBron no es profesional, sino familiar. La película -no tan pronto- lo pondrá en el camino de Bugs Bunny, quien simétricamente padece de un trance simétrico. En el medio hay un villano que sacude a la vida de ambos, un algoritmo de Warner (encarnado por Don Cheadle) de un proyecto que fue descartado por sus ejecutivos, el Servidor-verso Warner 3000, para escanear celebridades e incorporar sus avatares en producciones apropiadas por la compañía. Lógicamente, con el problema que impone esta Inteligencia Artificial, de nombre Al-G Rhythm, vendrá la solución personal que tanto anhelará el dúo protagónico.
Criticar el modo en el que nos revelan los planes del antagonista sería un despropósito, ya que esto se ha manejado de la misma manera en la primera película y en la de Joe Dante. Space Jam: Una nueva era dispone de un mensaje muy resaltado sobre la importancia de la familia, uno que también lo ha sido en los últimos dos estrenos de carteleras globales y no escapará del comentario del listillo de turno que lo destaque en sus redes sociales como si hubiera encontrado la lectura estética del Hollywood actual que definirá un futuro tedioso en el cine. Tampoco nos interesa ahondar en esto.
LeBron encaja perfectamente con los personajes animados. Está muy bien sostenido en el estilo de la película su reconocimiento hacia ellos. A diferencia de Jordan, LeBron sí se convierte en un dibujo cuando le llega la hora de conocer a sus compañeros en el Mundo Tunes. La supuesta controversia en redes sociales de que a los personajes tradicionales los convierten en animación 3D es una tontería. En el propio relato esto es un conflicto, los personajes no quieren ser “actualizados”.
Aunque simétricas, hay mucha divergencia en el modo que las vicisitudes de LeBron y Bugs son presentadas, continuadas y resueltas. La presentación es el plato más fuerte, con un montaje de reclutamiento extraordinario en el que visitan a los otros Looney Tunes en distintas películas de Warner Bros y New Line Cinema. Las diferentes maneras en las que convencen a cada integrante son muy ingeniosas –en particular la protagonizada por Lola Bunny- y, por supuesto, no se repara en gastos a la hora de explotar los derechos que tienen de las obras aludidas. Posiblemente este sea el momento más celebrado de la película, este y el chiste en el entretiempo del partido.
Sobre la continuidad, siempre estamos al tanto de los riesgos del basquetbolista, pero parecería que Bugs Bunny carece de conflictos una vez que se reencuentra con sus amigos y no termina de sentirse el peso de todas las amenazas que le siguen a la historia, descartando el momento en el que es transformado a 3D, donde se lo ve brevemente molesto.
En cuanto al partido del título, hay situaciones repetidas del film de 1996. Esto no es necesariamente un problema y en algún punto era inevitable (incluso le pasó a Terminator 2: El juicio final). Sí es un problema que en la primera se siente el peso y la necesidad de resolver el conflicto, cuando Jordan asume por primera vez su condición de caricatura y marca el último tanto, mientras que en esta termina pasando lo opuesto. No entraremos en detalles, diremos que hay un cambio de roles -repetimos- muy bien sostenido a lo largo de la película, pero que es desestimado al final. Algo parecido a lo que siempre se le cuestionó a X-Men 3: La batalla final y sus decisiones no tan definitivas.
Haciendo un balance, los arcos narrativos de LeBron James y Bugs Bunny son resueltos desproporcionadamente. LeBron tiene el carisma, sus modos de afrontar sus conflictos son entrañables, pero los de su copiloto terminan reduciéndose a decorados, con deslices gratuitos de drama y neutralizando casi todo valor trágico.
Cerraremos con el elefante de la habitación, que es la tan discutida cancelación de Pepe Le Pew. Tratar de justificarla por los motivos de la empresa sería torpe y en la película es tratada con un compromiso nulo. El primer punto de giro surge con un comentario de la siempre carismática Sarah Silverman, que interpreta a la ejecutiva que “cancela” a Al-G Rhythm porque a LeBron no le interesó su propuesta. Con dicha propuesta se comprenden las escenas más divertidas de esta secuela, cuyo resultado puede sintetizarse así: un personaje de carne y hueso resuelve sus problemas, rodeado de dibujos animados que nos divierten en sobremanera, aunque aisladamente, en una película que se queda a medio camino de hacerse cargo de la recuperación de los valores del pasado para redimir al presente.
¿Tendrá esta Space Jam alguna trascendencia segmentada para recuperar en el futuro o solo vino para ser graciosa un rato e irse? Si lo tiene, puede aparecer del lado de LeBron James. Por el lado técnico-animado y su estilo, no hay nada que Steven Spielberg no haya hecho mejor en Ready Player One.