Definir a Una nueva era solamente como la secuela oficial de Space Jam: el juego del siglo no alcanza. Es cierto que aquí está de nuevo la clásica pandilla animada de la Warner encabezada por Bugs Bunny para interactuar con una estrella del básquet y que la esencia del relato vuelve a ser la convivencia entre el mundo dibujado del cartoon y la acción real con personajes de carne y hueso, al servicio de una historia de fantasía para toda la familia. Pero esta película, en esencia, se mira mucho más en el espejo de la casi olvidada Looney Tunes: de nuevo en acción (2003).
De esta producción toma Space Jam 2 algunas de sus líneas fundamentales. Y sobre todo su autorreferencialidad. Como aquella, Una nueva era transcurre casi de principio a fin en el interior de los estudios que la hicieron posible. No solo es una película producida por Warner. Es de Warner, pasa en Warner y habla de Warner en el más amplio sentido, como si en el fondo se tratara de una gigantesca declaración de principios que sostiene, entre otras cosas, que no solo de Disney vive la historia (y el presente) de la animación en Hollywood.
Además, la aventura no transcurre en cualquier lugar del estudio. Estamos en el corazón de su archivo digital, el llamado server-verse, donde habita la memoria virtual de ese mundo. Y no deja de ser un chiste muy apropiado para estos tiempos que el villano de turno resulte ser un algoritmo con rostro humano. Encarnado en la figura y la voz de Don Cheadle buscará convertirse en amo y señor de ese universo secuestrando al astro de la NBA LeBron James (bastante desenvuelto interpretándose a sí mismo) para obligarlo a enfrentar a su propio hijo en un épico partido situado en una realidad paralela. Los aliados de LeBron serán los personajes de Looney Tunes, reclutados en distintos clásicos del estudio (de Casablanca a Matrix) con los mejores chistes de toda la película.
Luego, todos ellos compartirán la batalla a través de una extensa suma (casi dos largas horas) de secuencias desaforadas, en las que queda claro el sentido de acumulación que tiene la película. Con seis guionistas y una multitud de artistas digitales no podría esperarse otra cosa. Los momentos más logrados coinciden con el tributo a la mejor tradición animada del estudio. Otros, en cambio, funcionan nada más que como vacío alarde digital mezclado con inevitables mensajes aleccionadores.