Pablo Larraín es un director con una filmografía despareja y claramente dividida entre lo que produce para el mercado latino y lo que realiza para el mercado angloparlante. Mientras que lo producido en América latina posee una voz propia que cuenta historias de alguna manera significativas su producción para el mercado anglo no es más que una la de una suerte de mercenario que solo cuenta historias que parten desde justificar las vidas de ciertas élites desde la victimización y la abstracción a su propio entorno, en las películas de habla inglesa de Larraín no existen las clases bajas y al alejarnos de aquello que se podría decir punto de vista del pueblo los conflictos solo pueden ser banales y aburridos.
En sus dos últimas producciones Larraín recurre a lo mismo, es decir centrarse en dos momentos específicos de la vida de las figuras para desde ese lugar construir una sinécdoque de lo que es su vida en general. Desde un punto de vista humano el espectador puede comprender la centralidad de estos dramas en sus vidas, pero desde un punto de vista de clase es imposible empatizar con ellos, nada más alejado de una persona común que los problemas de una princesa o una primera dama.
La historia que nos presenta Larraín se ambienta a principios de los años noventa, durante las vacaciones navideñas de la familia real británica en su finca de Sandringham. En este fin de semana la princesa Diana de Gales, esposa del heredero al trono: Carlos, se da cuenta que su matrimonio está prácticamente terminado y decide que debe cambiar el rumbo de su vida y renunciar al trono y la pompa real.
En Spencer Larraín nos cuenta una historia en la que el personaje principal es un ser solitario, abatido y maltratado cuya única respuesta es el ensimismamiento. Spencer es una película que básicamente nos cuenta una relación en crisis en la cual la protagonista debe sufrir una suerte de estigmatización desde su entorno que la aísla y le hace saber que más allá de su título es una extraña en ese medio. Más allá de eso la película no expone mucho más y solamente trabaja la relación de Diana con algunos miembros de su séquito y sus hijos, quizás lo mejor de la película es esa relación madre hijos.
Luego de Jackie (2016), Larraín vuelve a abordar a un personaje femenino notorio, en esta oportunidad es Diana de Gales al igual que en Jackie escapa de la biopic clásica lo cual es mérito del guionista nominado al Oscar Steven Knight quien construye un argumento que de alguna manera aísla al personaje principal en un entorno que de alguna manera le es hostil, lo cual no es un secreto que nunca haya sido expuesto por la prensa, es decir más de la mismo sobre este personaje, nada que no se haya abordado antes y nada que aporte algo a su construcción como figura. Larraín trabaja esta historia de una manera que termina hablándonos de opresión, maltrato y clasismo pero que de ninguna manera genera interés o empatía.
El gran mérito de la película es que el director utiliza la cámara como elemento del relato de tal manera que asfixia a Diana, la persigue y la ahoga generando una tensión constante. los primeros planos, el movimiento constante de la cámara, los planos detalle, el uso del sonido y la escenografía ayudan a la construcción del estado de ánimo y la psicología del personaje. La directora de fotografía Claire Mathon, trabaja los climas y los ambientes de tal manera que cada circunstancia o escena tiene su propio matiz emotivo construido desde la iluminación y la paleta de colores que enriquecen la narración, el trabajo técnico y la actuación de Stewart son los puntos más altos de la película.
Kristen Stewart una vez más nos ofrece una buena interpretación en la cual la transformación no es solo física, sino que trabaja los gestos, el tono de voz y el acento sin caer en la parodia o la imitación sino en la construcción de un personaje que se ve auténtico.
Larraín construye la narración desde una puesta en escena correcta y un uso de recursos visuales que no son algo raro en él pero que se ven más pobres que en sus trabajos en lengua hispana. Tal vez la razón para que de alguna manera desentonen los recursos de narración con lo que se cuenta es el poco interés que genera el personaje protagonista y lo poco que hay para contar. Es así que Spencer termina siendo una suerte de historia de Hallmark o una lifetime movie sobre maquillada por el virtuosismo del director.