Spencer

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Spencer", la fábula oscura de Lady Di

El realizador chileno elude los lugares comunes de la típica biopic, y prefiere concentrarse en un momento bien limitado de tiempo para reflejar el agobiante entorno de la princesa británica.

¿Cómo retratar a una mujer tan pública, con una vida escrutada hasta el mínimo detalle y un rostro conocido desde La Quiaca hasta Siberia, de Canberra a Ottawa, como el de Diana Spencer, que pasó a la historia como Lady Di? La respuesta que ensaya el realizador chileno Pablo Larraín en Spencer va en dirección contraria a los usos y costumbres de las biopic tradicionales, aquellas que celebran al homenajeado retratando las principales postas de su vida que lo volvieron famoso, proponiendo lo que una placa negra al inicio de los créditos define como “una fábula basada en una tragedia real”. 

Una fábula oscurísima, hecha de paisajes brumosos y criaturas ominosas que dialogan directamente con el estado emocional y mental de esa mujer atrapada en la dinámica de una familia con un ADN integrado por partes iguales de glamour y rituales para ella siniestros. Como si fuera una agnóstica en una misa católica en latín, lo que (se) intenta responder Spencer (película y personaje) es qué hace, cómo llegó hasta ahí.

Como había hecho en Jackie con Jackie Kennedy, el director de El club, Neruda y Ema concentra la acción en un brevísimo periodo temporal. Lo que ocurrido durante el asesinato de JFK y los días posteriores en aquella ocasión, la semana que va de Navidad a Año Nuevo en ésta. Allí se evidencia la ajenidad de Diana para con toda la liturgia real y su imposibilidad de escapar de esa jaula de lujos, comidas pantagruélicas y vínculos humanos pensados únicamente en función de lo que dirá la prensa y, por ende, “el pueblo”, como le “explica” su marido Carlos (Jack Farthing). Un marido que, como el resto de los personajes, se presenta ante Diana de manera repentina, como recuerdos de una vida que, quizás, en algún momento, fue feliz.

El comienzo, no precisamente sutil, la tiene a ella (Kristen Stewart, nominada al Oscar a Mejor Actriz por este trabajo) ilustrando su estado de ánimo cantando (y gritando) “Where the fuck I am?” (“¿Dónde carajo estoy?”) mientras maneja un auto descapotable por el campo. Lo cierto es que la mujer es parte de la realeza desde hace diez años, cuando dio el sí ante el Príncipe Carlos en una boda transmitida en vivo para todo el mundo. Pero ahora es evidente el desencanto, las limitaciones e imposiciones con las que nunca se sintió cómoda. El destino es la Casa Sandringham, donde la familia real suele tomarse un descanso que, en realidad, está lejos de ser tal: con los paparazzi acechando y cada movimiento falible de ser registrado desde el exterior, no parece una buena idea que la Princesa llegue tarde y manejando sola. Una situación demasiado plebeya, demasiado terrenal, para quienes hacen lo posible por exhibir su condición de elegidos.

No hay posibilidad de transgresión para Diana: cambiarse sin cerrar la ventana es casi un pecado en un entorno celoso de su intimidad. Su única “amiga”, la única que parece entenderla, es su criada Maggie (Sally Hawkins), a la que desplazan por motivos que ella no puede no interpretar como algo personal. Con una impronta formal más cercana al terror gótico –no parece casual una fotografiada granulada cortesía de la DF francesa Claire Mathon– que a los dramas palaciegos, y alejada del aura sensacionalista de The Crown, Spencer se mueve entre ambientes derruidos (las cocinas parecen calabozos), habitaciones iluminadas con velas y salones con pantagruélicas comidas planeadas hasta el mínimo detalle.

En medio de eso queda esta mujer tironeada por el ser y el deber ser, algo que la película remarca con metáforas obvias, como ese collar de perlas del que no se puede liberar porque tiene la obligación de usarlo, aunque sea igual al que Carlos le regaló a su amante. O su obsesión con el libro de Ana Bolena –reina consorte de Inglaterra por su matrimonio con Enrique VIII que terminó decapitada por acusaciones de adulterio, incesto y traición- Vida y muerte de una mártir. En esa última palabra se cifra la clave de lectura de una película que mira al mundo con los mismos ojos extrañados de su protagonista.