La figura de la princesa Diana por Pablo Larraín
Desde una estética particular, grandilocuente y a la vez sobria se construye un relato intimo que, sin ser una representación histórica, logra ser una propuesta atractiva, de marcada emoción.
Spencer (2021) mezcla un gran espacio arquitectónico con la frialdad de las relaciones entre los personajes para darle la tensión necesaria a un relato que también presenta aspectos de tinte psicológicos y oníricos y así tratar de mostrar a un personaje sumergido en un entorno inestable.
La familia real va a pasar la navidad en la propiedad de la reina Isabel II (Stella Gonet) en Sandringham. El matrimonio de la princesa Diana (Kristen Stewart) y el príncipe Carlos (Jack Farthing) está en un momento de crisis, entre la separación y próximo al divorcio. Sin embargo, para la festividad han decidido reunirse todos en aquel lugar, una especie de tregua donde se verá a Diana frente a toda la realeza y su mirada hacia ella. Entre grandes habitaciones, comidas y vestidos para cada situación y sirvientes que van y vienen, Diana entrará en un momento reflexivo sobre su vida y su matrimonio. Lo cual la llevará a tener un comportamiento de cara a lo que planea para su futuro.
Es interesante la construcción teatral, de darle al espacio su protagonismo necesario. Se vuelve importante para la historia. Además, está para mostrar la idea de realeza y lo que significa. Y todo empieza desde lo material, desde los objetos que llegan a la cocina, las paredes, puertas y enormes pasillos. Así mismo las comidas y vestimentas, el movimiento rígido de los cocineros y de los sirvientes. Darle a todo, una mayor expresividad.
En ese punto aparece también lo psicológico, con una cámara todo el tiempo con Diana. A veces es estática y presenta grandes planos en los interiores y en los espacios abiertos, largos travellings que se mezclan entre las paredes. Pero también la cámara se aproxima, trae la inestabilidad, incluso de una cámara en mano, y que está muy cerca de sus protagonistas. En este aspecto muestra que es un relato desde la mirada, de lo que Diana imagina y piensa sobre los demás, que a la vez la observan y saben lo que siente o sufre al encontrarse rodeada y vigilada. Sin embargo, siempre es como percibe ella a los integrantes de la corona.
La idea de fábula que se plantea al inicio se percibe en las figuras de los personajes secundarios, cada uno con un estilo y comportamiento frio, distante y a la vez extraño. Un relato de cuento de hadas con cierta oscuridad y personajes que marcan el peligro como el Mayor Gregory (Timothy Spall) y otros que son de protección como el caso de algunos sirvientes como Maggie (Sally Hawkins), el chef Darren (Sean Harris) y los hijos de Diana, Willian (Jack Nielen) y Harry (Freddie Spry).
Asimismo, es atractivo la idea de lo onírico que llega con el fantasma de Anne Boleyn (Amy Manson), una antigua reina que parece ser la representación de lo que sucede con Diana y su matrimonio.
Finalmente, es una película que apela al encadenamiento de imágenes acompañados de un estilo musical particular para mostrar los giros y cambios de su protagonista. Y así, adentrarse en lo que piensa. Una forma de mostrar sus reflexiones de índole existencial. La música que va desde el jazz, clásica y contemporánea, le da el ritmo para construir elementos simbólicos. Todo enfocado en ella y en la decisión que va a tomar. Y todo empieza por el espacio, la casa familiar centrada en su apellido Spencer, frente aquella casa de la realeza, y luego siguen los pensamientos de Diana sobre la infancia y la adultez, el antes y el después de su vida, la idea de pasado y futuro, de rebeldía y, sobre todo, de libertad.
Sin lograr cierta perfección, y desde una altiva interpretación de Kristen Stewart, Pablo Larraín (Jackie) vuelve sobre un personaje femenino, en una historia que opta por ser una versión imaginaria, oscura y a la vez luminosa, y también onírica sobre una adaptación de lo que pudiera haber sucedido en aquel tiempo.