Je suis Peter Parker
El Hombre Araña es el más grande superhéroe de todos los tiempos. Su encanto se reduce fácilmente a tres elementos: tiene uno de los mejores diseños de la historia del comic americano, sus poderes son tan atractivos como simples y, finalmente, está su identidad secreta. Peter Parker es, antes todo, un tipo común. No es un estandarte inmaculado de la esperanza y el deber, aunque siempre decida hacer Lo Correcto. No está constantemente atormentado por los horrores del pasado, aunque lleve consigo una culpa agobiante. Si la lleva, lo hace con humor. El mayor acierto de Stan Lee cuando concibió al personaje fue, precisamente, que sea “uno de nosotros”.
Homecoming trabaja directamente sobre esta idea. Peter Parker es un joven de quince años que vive en un mundo donde los superhéroes son reales. Si originalmente Peter se distinguía de sus superpoderosos compañeros por no ser millonario ni inmortal y por lidiar con su educación y su situación económica a la par de sus deberes heroicos, en Homecoming la relación con el espectador cobra un nuevo nivel. La fascinación de Peter con los Vengadores es comparable a la que nosotros mismos tenemos cuando vemos estas películas. Peter y el espectador de cine manejan el mismo nivel de fantasía infantil (palabra que jamás debería interpretarse peyorativamente), el mismo nivel de añoranza y felicidad. Más que ningún otro personaje, sentimos con Peter el vértigo, la emoción e incluso la eventual angustia de estar cumpliendo la fantasía de cualquier niño.
Esa primera idea había sido insinuada en su breve introducción durante Civil War. Peter pasaba de detener ladrones de carteras en la calle a luchar con (y contra) los Vengadores en Berlín. Pero el foco de esa escena estaba puesto en los adultos y sus propios conflictos, con lo cual el impacto de esa situación en Peter quedaba en un segundísimo plano. Homecoming, después de un prólogo que introduce al personaje de Michael Keaton, nos lleva a esa misma escena de Civil War, pero contada, literalmente, a través de sus ojos (si compramos a regañadientes la idea de que nuestros celulares -y particularmente la cámara- son extensiones nuestras). A film by Peter Parker, anuncia una placa negra, y pasamos a un videoblog sobre sus vivencias en Alemania. La película maneja un balance perfecto entre la conexión con el resto de las películas de Marvel y la autonomía de cada una de ellas. La secuencia de Berlín, narrada por Peter, está fragmentadísima y solo vemos a Peter reaccionar ante ciertos momentos que recordamos de aquella película. Pero, si no vimos Civil War, el efecto es igual de efectivo. Lo que importa no son esos detalles, sino que se nos está presentando a un niño. Un niño que de repente está al mismo nivel que sus héroes imposibles.
Pero, de nuevo, Peter es un tipo normal, no un Vengador. Inmediatamente después de que esa secuencia termina, vemos a Peter saliendo de la estación de tren para llegar a su escuela secundaria, caminando. La fantasía infantil terminó y ahora volvemos al mundo real. El resto de la película será, entonces, buscar revivir esa fantasía, hacerla real una vez más.
El foco se pone en la adolescencia, en la sensación de no pertenencia en ningún lado. La obra de John Hughes, explícitamente referenciada, es un camino que la película busca. Peter ya no siente que la escuela tenga nada para ofrecerle, pero los propios Vengadores tampoco lo reciben con los brazos abiertos. La búsqueda de un lugar y de la propia identidad es lo que domina el relato. El hallazgo es abrazar completamente ese género que los americanos manejan a la perfección, el de la comedia adolescente. En Homecoming nada está librado al azar, no hay cabos sueltos, tanto desde el punto de vista narrativo como de lo emocional. La sucesión de eventos lógicos sobre los que se desarrolla la trama está perfectamente sostenida por las consecuencias afectivas que esos eventos tienen sobre los personajes. Esto parece obvio y debería cumplirse en cualquier película más o menos decente, pero desgraciadamente no es así (y menos lo es si lo comparamos con pasadas adaptaciones del mismo personaje). Casi como si Marvel le estuviera diciendo a Sony (los productores de las películas anteriores): “Mirá, así es como se hace”.
La historia involucra tres hilos narrativos distintos (el drama de secundaria, la prueba de valor ante Tony Stark y el antagonismo del Buitre) que se entrelazan de manera natural y fluida. Por ejemplo, después de una secuencia de montaje adorable en la que Peter y la Tía May (gracias, Marisa Tomei) practican para la gran noche del baile de Homecoming, el ritmo ligero y alegre es interrumpido de un golpe con la revelación de que Adrian Toomes, el villano, es, verdaderamente, el padre de Liz, la pareja de Peter. Lo que sigue es una secuencia de suspenso clásica, de manual, pero perfectamente ejecutada y con un timing cómico impecable (la película no se olvida del humor ni por un segundo), en la que confluyen las dos líneas principales de la película.
La negación de la infancia es un problema que se repitió bastante en los últimos años, aunque últimamente parece estar desapareciendo. El intento de hacer películas de superhéroes “para adultos”, con bodrios espectaculares como las de Batman y Superman, demuestra una falta total de comprensión de lo que el género (y, si me apuran, el cine en general) es. Hay excepciones, por supuesto, con películas de superhéroes “maduras”: Logan, por ejemplo, no niega la infancia, sino que utiliza el ocaso de la infancia como elemento narrativo. No puedo evitar pensar que la mayoría de los casos terminan casi siempre mal porque manejan un error conceptual desde su base: es decir, ninguna de esas películas podría jamás estar bien. Homecoming, más todavía que varias de las producciones de Marvel, parece entender esto. La existencia de estas películas, de estos personajes, se sostiene en que hacen reales nuestros sueños. Todos somos Peter Parker, viendo a los Vengadores de lejos, volando, luchando contra el mal, queriendo ser como ellos.