Otra vez (sí, la tercera en quince años) se estrena un film en el que la historia del hombre araña vuelve a comenzar. En este caso, con una temática entre adolescente y de superhéroes, el personaje de Spider-man celebra su ingreso a la liga de los Vengadores.
Peter Parker no es más adulto y no trabaja más en la prensa gráfica. Ahora es un adolescente de quince años (Tom Holland, el chico de “Lo imposible”) que va al colegio, se enamora y se vincula con los otros superhéroes de Marvel filmándolos con su celular, en la primera escena del film. Luego, con la rebeldía adolescente, querrá derrotar al villano (Michael Keaton, esta vez del lado de la oscuridad) sin ayuda ni control de Iron Man (Robert Downey Jr.).
El film, que tiene el habitual impacto de una megaproducción mainstream, no tiene otras virtudes que son primordiales: la historia que cuenta (por más que la unión del mundo teen y el del hombre araña convivan bien) es por demás chata, previsible, reiterativa, y recién la trama se permite una sorpresa, un giro, una tensión pasados los 90 minutos. La empatía que genera Holland y el atractivo de Keaton como antagonista no está nada mal. Pero los cinco guionistas (entre los que está el director Jon Watts) evidentemente no encontraron un rumbo ni fresco, ni original, ni levemente novedoso para una historia que ya promete una segunda parte para 2019.