Tobey Maguire, Andrew Garfield y Tom Holland. En un transcurso de quince años, y hasta el momento con seis films propios, se ha contado y recontado la historia del héroe arácnido. Con grandes aciertos y enormes errores, el vigilante de las telarañas supo ganarse su lugar en la pantalla y, en cada nueva entrega, despertar intriga y entusiasmo con sus nuevas aventuras. Al contrario de lo que probablemente terminaría agotando al público, con una franquicia explotada y rebooteada tal cantidad de veces, la gente de Sony y Marvel reincide con el personaje y vuelve a sorprender con un primer film (si es que se le puede seguir llamando así) que le hace justicia al trepamuros.
Spider-Man: Homecoming es un film de superhéroes, de aventuras, en el estilo al que nos suele tener bien acostumbrados la gente de Marvel. Pero, sin desmerecer a dichos elementos del llamado género “comiquero”, lo que principalmente es este film es una gran comedia que aprovecha cada oportunidad para mofarse con cariño de su protagonista. Arraigándose en el fiel espíritu del personaje, ese que además del sentido arácnido y las ingeniosas líneas de diálogo que tiene para los malhechores, entiende a la perfección que el protagonista es un adolescente. Algo que las adaptaciones anteriores nunca tuvieron muy en cuenta.
Es así que, comprendiendo esto, el director Jon Watts nos presenta grandes secuencias y conflictos que atraviesa Spider-Man, pero lo hace sabiendo que detrás del traje se halla Peter Parker. Por lo cual, momentos icónicos de la cultura superheroica, como lo es el vestirse por primera vez en pantalla con el traje o columpiarse de los edificios, aquí son presentados como grandes escenas de humor que siguen la lógica de lo que le ocurriría a un verdadero adolescente en dichas situaciones (y musicalizados de manera perfecta con Blitzkrieg Bop de The Ramones).
La falta de madurez y experiencia en el personaje es vital para el arco principal de la trama y también lo es para la comicidad de la misma. Esto hace que el balance entre tanque de film de superhéroes y la típica comedia de secundaria estadounidense, sea prácticamente perfecto. Un ritmo dinámico con el único fin de mantener al espectador con una sonrisa de oreja a oreja. No es por nada que, en un momento dado, aparece en la pantalla de un televisor una escena de esa gran comedia estudiantina que es Ferris Bueller’s Day Off (John Hughes, 1986).
El film no escatima en secuencias de acción, tiene varias y algunas de ellas bastante memorables –como la persecución del camión o la caída del ascensor en el monumento a Washington-, pero el mejor resultado nacido de ellas es el villano en cuestión. The Vulture (Michael Keaton, quien tiene una debilidad por los personajes alados, como ya demostró con Batman y Birdman), es un contrincante que se aleja considerablemente de otros villanos del universo cinematográfico de Marvel.
La razón principal de ello es que su propósito es mucho más terrenal, siendo que se trata de un traficante de armas y no de un ser todopoderoso que desea la destrucción del mundo. Algo que ya no solo resulta reiterativo, sino que también suele encontrar una resolución algo pobre en comparación del peligro que suponía. Y si bien el duelo final pierde fuerza y no llega a los niveles de interés que debería generar el clímax de la historia, logra mantenerse en el tono que venía trabajando el film, sin desatar algo que luego resultaría difícil de contener para los guionistas.
Spider-Man: Homecoming corría el riesgo de no estar a la altura del vecino amistoso, sobre todo con la presencia de Iron-Man (Robert Downey Jr.) en la historia. Sin embargo, lo que parecía un elemento que podía sacarle protagonismo al querido Peter Parker, se reduce a aparecer únicamente cuando es funcional a la trama. Lo cual deja brillar a Spidey por sí solo, permitiendo que crezca con fuerza en pantalla como lo que es. Un gran ícono que no necesita de la presencia de otro para hacer valer la experiencia. La actuación de Holland y el tono cómico le aportan al film una frescura a este género, muy similar a ese aire nuevo que había traído consigo la primera Guardians of the Galaxy. Un aire que regresa para bien del público, dándole ganas de continuar sorprendiéndose, conforme el nuevo Peter siga creciendo en pantalla. Aunque eso sí… sin madurar demasiado, por favor.