Encontrándose en Europa.
Sabiendo que aún el público estaría conmocionado por la gravedad de Avengers: Endgame, a apenas dos meses del enorme film-evento que concluía la fase 3 del Universo Marvel, astutamente la factoría ha optado por una propuesta más liviana para continuar con ciertas líneas abiertas en el mastodonte trágico. Y es que en Spider-Man: Lejos de casa confluyen las dramáticas consecuencias de los acontecimientos de Avengers: Endgame en el rol de Spider-man con el espíritu lúdico y despreocupado que se forjó en la anterior Spider-Man: De regreso a casa (2017).
Tras convertirse y asimilar su deber como superhéroe, la trifulca emocional de Peter Parker prosigue al intentar encontrar una figura con la que llenar la ausencia de su mentor, cuestionándose su papel en relación a otros salvadores y poniendo a prueba su (in)madurez. Un desconcierto propio de la adolescencia replicado en el mundo de los justicieros que solo supone una parte de las otras diatribas emocionales del hombre araña, emparentadas en las dinámicas de la comedia teen que ya fueron presentadas en la primera entrega protagonizada por Tom Holland. La fórmula de Spider-man: De regreso a casa podría haber caído en el agotamiento, pero el hecho de sacar a los personajes de su espacio natural (el instituto) para meterlos en una road-movie ayuda a mantener la savia nueva de su precedente, exponiéndolos a otras situaciones, más eficaces que originales argumentalmente. La relectura de la comedia adolescente continúa funcionando gracias a su confianza en los clichés del género para amoldarlos a las necesidades de su carismático protagonista, así como a los puntos de ironía que consiguen en algún inspirado momento subvertir y reactualizar al siglo XXI los patrones clásicos.
Al igual que también adopta como amenazas los temores digitales de nuestro presente, jugando con la ilusión de realidad que produce una imagen, sumiendo a Spider-Man en la confusión perceptiva, en una desorientación equiparable a la de su estado emocional. En el reverso maligno, Jake Gyllenhaal plantea facetas despóticas y turbias del mitificado Tony Stark que ligan con un bienintencionado discurso atemporal acerca del canibalismo laboral, pero al que le falta un mayor calado para que pueda trascender de verdad y no funcionar como mero detonante de la venganza. Eso repercute también en el personaje de Gyllenhaal, no acabando de explotar su potencial y relegándolo a un rutinario adversario más.
Olvidando, lamentablemente, el ingenio visual y narrativo de Spider-Man: Un nuevo universo (Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman, 2018) –claramente, la mejor película del hombre araña en más de una década-, Spider-Man: Lejos de casa vuelve a disponer de todos los aciertos de De regreso a casa y los reubica para no caer en el desgaste, conservando su sentido de la diversión, la relevancia en la construcción del personaje dentro del Universo Marvel y la gracia de un irreprochable Tom Holland. No hay nada como salir a tomar el aire.