La película respeta al personaje y lo que lo hace atractivo: la combinación de indefensión emocional con poder físico.
Quizás sea difícil de diferenciar, para quien no ha entrado en este juego, un superhéroe de otro. Pero cada uno tiene un problema con esa doble naturaleza humana-sobrehumana. Para Capitán América, el heroísmo es un deber; para Iron Man, una adicción. Pero Spider Man es otra cosa, siempre fue otra cosa porque es un adolescente: por un lado, un pibe que se fascina con ser secretamente ultrapoderoso; por el otro, un pibe angustiado por no saber qué hacer con todo eso. Bueno, como cualquiera de nosotros a los 16 años.
Aquí el personaje lidia con los efectos del final de Avengers-Endgame, lo que implica la partida de su mentor, por ejemplo. Y lo mismo les pasa a los espectadores: Marvel tiene que empezar (al menos en el cine, donde los actores cierran contratos o ceden a la biología) de nuevo.
Así que por una vez, la película refleja el estadio en el que los fans y los que siguieron con curiosidad y creciente empatía la serie se encuentran hoy. ¿Y ahora qué? es la pregunta central. La película respeta al personaje y lo que lo hace atractivo: la combinación de indefensión emocional con poder físico.
Falta que esto madure, y quizás falte –aunque Jon Watts hizo las cosas bien en Spiderman-Regreso a casa hace un par de años– un director que se apropie, como de algo personal, de este asunto. Mientras, nos divertimos porque Holland entiende todo y el resto del elenco, también.
PD: raro ver a Jake Gyllenhaal, que fue Donnie Darko y resignó ser el primer hombre araña en el cine (fue la primera elección antes de Tobey Maguire) en este contexto, casi una humorada.