Spider-Man: Lejos de casa funciona como el epílogo –algo abultado– de las consecuencias que dejó Avengers: Endgame. ¿Quién se encarga entonces de limpiar el desorden y, de paso, combatir las amenazas de otras galaxias? El plan de Peter Parker es aprovechar el viaje a Europa del cole, comprar una joya avejentada en un mercaducho de Venecia y dársela a MJ en la cima de la torre Eiffel. Pero a todo esto, ¿cuál es el plan de Spider Man para asumir sus responsabilidades? En principio clavarle el visto a Nick Fury funcionará.
La vorágine de los estrenos provoca que te olvides la película que viste y no te quieras perder la que se estrena el jueves. Y si bien la nube de polvo de la batalla con Thanos ya empezaba a desaparecer, la nueva de Spider-Man tiene el objetivo de hacerte recordar que los superhéroes no tienen tiempo para descansar. Como viene la mano parece que tampoco el espectador puede reclamarle a sus ídolos favoritos unas vacaciones merecidas. Si lo llevamos a un extremo –pero que tiene ejemplos más que considerables en los minutos finales de Avengers: Endgame–, el recreo es la muerte.
Spider-Man: Lejos de casa podría ser refrescante y necesaria como un vaso de agua o, si nos adecuamos a las circunstancias, a un Aperol Spritz en Venecia. Se dice que un remedio infalible contra la resaca es ingerir alcohol; con el mismo objetivo contradictorio en pos de una armonía general, el director Jon Watts agiganta las escenas de acción a lo mejor para para contrarrestar el efecto de la grandilocuencia de Avengers: Endgame, pero el resultado es un empacho aún mayor.
Tras la llegada de Mysterio, el superhéroe paternal y que siempre le pone buena onda a pesar de las tragedias que le tocó vivir (viene de otro planeta Tierra en dónde perdió a su familia), Peter –para desentenderse de las responsabilidades que acaso no podrá cumplir– le regala unos súper anteojos que Tony Stark le había legado únicamente a él.
A lo largo de toda la saga de El Hombre Araña dirigida por Sam Raimi el combate entre el deber y el deseo personal friccionaban con más suavidad que en Spider-Man: Lejos de casa. A diferencia del efectivo pero reglamentario Watts, Raimi declaraba la vida con un plano, las motivaciones y el mundo se establecían con la claridad de la visión arácnida (no busquen revelaciones en Lejos de casa similares a la escena del bar tras la llegada de Dr. Octopus en El Hombre Araña 2). El gurú de Marvel Kevin Feige y su equipo de directores pueden diseñar escenas de acción ingeniosas (los juegos virtuales del villano de este film son un punto a favor en comparación con la catástrofe al monumento de turno del tercer acto), pero es difícil que logren expresar un acercamiento humano sin que haya un coro para reforzar lo que debería ser simple y empático por naturaleza.
Con el elenco que ostenta es difícil que Spider Man: Lejos de casa genere indiferencia. Cada personaje está delimitado con tanta planificación que el encanto es seductor pero finalmente vacío. Los guionistas Chris McKenna y Erik Sommers producen un gran trabajo de agrimensura. La ilusión es invitación de los actores. Tom Holland te hace creer que es el mejor Hombre Araña y por momentos consigue que pienses que lo es, pero si mirás con atención el patetismo acogedor de Tobey Maguire y la distinción británica e indistinguible de Andrew Gardfield funcionaban mejor en sus respectivos roles. Los one-liners no están hechos para Holland, quien siempre parece llegar tarde a entender el núcleo del chiste. Como el personaje que le toca interpretar, el desamparo también afecta al joven actor: siempre está a la espera de que alguien llegue a escena y le tire un centro adecuado.
¡Europa y el Hombre Araña! ¿Qué puede salir mal? Los mejores momentos están al comienzo, cuando los personajes llegan entusiasmados –entusiasmados como el espectador– a un continente que la aventura se dirige a conquistar. En Venecia, los chicos y los profesores se divierten y ahí está el soplo de relajación que Marvel necesita, pero que arruina con la aparición de un monstruo acuático. Cuando van a Praga hay una secuencia de encuentros y desencuentros en un concierto de ópera que parece guiñarle el ojo a los malabares que el Peter Parker de Maguire hacía con el deber y las obras de teatro de Mary Jane. Con la excepción de la felicidad inicial de los primeros minutos, se podría decir que hay una mayor profundidad turística en Euroviaje censurado que en Spider-Man: Lejos de casa, que encuentra en Agente Cody Banks 2: Destino a Londres a su aliado a la hora de la aventura juvenil.
Lo que sigue es un spoiler.
Spider-Man: Lejos de casa funciona con más vitalidad cerca de su hogar. La mejor escena de la película –y una de los instantes más logrados de Marvel desde Iron Man en adelante– está a mitad de los créditos finales, que recupera el heroísmo vecinal que nunca se debería haber ido de viaje con Tony Stark. Durante estos años vimos volar a demasiadas personas con trajes estrafalarios, pero cuando MJ se sube a su héroe y recorre Nueva York de edificio en edificio, el film evoca un sentimiento perdido. La revolución interna en ella y la sobriedad de él por compartir su poder con responsabilidad. Las caricias humanas habían quedado sepultadas por las consecuencias de un chasquido de dedos. Los planos de este momento son bellísimos y felices y dialogan directamente con el paseo de Superman y Luisa Lane en las alturas iluminados, aún con más cercanía, por la luz de la luna. Es magia que se vuelca en el manantial entre la primera vez y el presente.