EL ATRIBULADO HOMBRE ARAÑA
El Hombre Araña siempre fue un superhéroe existencialmente adolescente, adolescentemente existencial o ambas cosas a la vez. Sus dilemas constantemente giraron alrededor de las figuras paternales, lo cual se reprodujo en sus diversas encarnaciones cinematográficas: el tío Ben era la referencia en la trilogía dirigida por Sam Raimi; los padres fallecidos en misteriosas circunstancias en las dos películas de Marc Webb; y ahora el seudo tutor que fue Tony Stark/Iron Man en el Universo Cinemático de Marvel. Lo último se potencia en Spider-Man: lejos de casa e incluso representa la parte más relevante del film, que sin embargo tiene demasiados elementos en la trama, a los que no llega a balancear del todo bien.
Es que quizás esta secuela sufre las mismas dificultades que su predecesora, pero potenciadas: si Spider-Man: de regreso a casa era por momentos demasiado deudora del Universo Cinemático de Marvel, esto se ve de forma más profunda en Lejos de casa. La razón es muy evidente: luego de Avengers: Endgame, se necesita un recambio generacional y Peter Parker, con su inteligencia, nobleza y honestidad, es el indicado por el propio Tony Stark para reemplazarlo como nuevo Vengador. El problema es cómo manejar esas responsabilidades y hacerse cargo de ese rol, cuando Peter quiere ser, esencialmente, un típico adolescente y disfrutar de un viaje escolar por Europa y decirle a MJ lo que siente por ella. “Creo que Nick Fury acaba de secuestrar nuestras vacaciones de verano”, le dice a su amigo Ned cuando se empieza a forzar todo para que cumpla una misión junto al misterioso –valga la redundancia- Mysterio y no es tan difícil pensar que quizás Marvel secuestró un poco a Spider-Man. Por eso la comedia juvenil (que tenía un gran potencial a partir de la fusión con la road-movie) luce un tanto apagada e inconsistente, con varios personajes –como los profesores que acompañan a Peter y sus amigos- que solo pueden meter algunas líneas de diálogo de vez en cuando.
Algo similar sucede con la vuelta de tuerca que revela al verdadero antagonista de la historia y que comparte demasiadas similitudes con el giro de Iron Man 3. Pero si el film de Shane Black sorprendía por completo al mostrarnos necesitamos de un imaginario para explicar nuestros propios miedos, la película de Jon Watts se muestra un tanto predecible –ya todo suena muy mal desde el comienzo- y excesivamente remarcada en su alegoría sobre la Era Trump y las fake news. Lo que sí termina funcionando -casi inesperadamente- es el drama de fondo, de tintes cuasi shakespereanos, con Parker transformado en una especie de Hamlet, un hijo sin padre enterándose de una traición y tratando de exponer la mentira, aun sabiendo el costo que implica porque él terminó siendo parte de ella.
De hecho, Spider-Man: lejos de casa es mucho más atractiva en la medida que se permite ser más fluida y sintética: por ejemplo, cuando resume con apenas una secuencia y una pequeña palabrita (“Blip”) la hecatombe que implicó la serie de acontecimientos que marcaron Avengers: Infinity War y Endgame. Lo mismo cuando confía en la expresividad de Tom Holland para expresar sus dilemas internos o en su capacidad para construir comedia romántica y juvenil junto a Zendaya, Jacob Batalon, Marisa Tomei y un estupendo Jon Favreau. Pero, paradójicamente, el gigantismo narrativo la termina limitando, dejándola en un lugar transicional, de cierre de la Fase 3 y anticipo de la Fase 4 del Universo Cinemático de Marvel, e incluso quitándole vigor a un villano interesante desde su diseño de apariencias, pero sin la fisicidad que tenía Vulture en De regreso a casa. “Yo solo soy su amistoso vecino Hombre Araña”, le dice Parker a Fury en un momento de la película, a lo que el otro le contesta “Perra, por favor, fuiste al espacio”. Es cierto, ya fue al espacio, pero el atribulado Peter todavía es un amistoso vecino al cual le sigue costando adaptarse al enorme Universo Cinemático de Marvel.