El estreno de Spider-Man: Sin camino a casa confirma al menos dos cosas: Marvel expande su universo cinematográfico, al mismo tiempo que achica el espectro de público al que se dirige. Marvel está cada vez más ensimismada, más encerrada en sí misma, y sus películas están destinadas cada vez más a un reducido público de seguidores. Llegará un momento en que nadie podrá ver la nueva película de Marvel sin antes ver las precedentes.
Hasta Endgame (2019) había cierta universalidad y cierta dimensión histórica y política, había una narrativa que contemplaba al público en general; y si bien también eran películas hechas para el fan, por lo menos se permitían cierta conexión con la sensibilidad del espectador general para no dejarlo afuera. En cambio, las nuevas películas están cada vez más interconectadas y encerradas en su mundo, como si a Marvel le fuera más redituable estar al servicio del fan que al servicio del cine.
Lo que se ve a simple vista en Spider-Man: Sin camino a casa es que tanto su director Jon Watts como sus productores y guionistas apuestan exclusivamente por el personaje sorpresa, valiéndose de la posibilidad narrativa y argumental que le da el multiverso, es decir, el hecho de poder introducir personajes de otros universos de superhéroes.
Lo máximo que ofrece el filme es la introducción de personajes de entregas anteriores de Spider-Man. El problema es que si le sacamos el efecto sorpresa, la película se queda sin nada, porque es justamente esa posibilidad narrativa y argumental que da el multiverso la que está desaprovechada, ya que no hay una historia sólida, consistente, que aporte algo más que meras apariciones sorpresivas.
Marvel expande su universo y la histeria del spoiler, de ahí que le dé tanta importancia a las escenas poscréditos, como si fuera más importante lo que vendrá o el dato que no hay que revelar.
Todo se reduce a un juego efectista con las emociones del fan menos exigente, en una seguidilla de guiños y de tributos a la historia de la saga. Es tan vago y débil el argumento que se limita a una simple pelea de Spider-Man contra villanos de películas anteriores, introduciendo también a personajes de Los Vengadores para que manipulen el espacio-tiempo, lo que da la posibilidad de que todo tenga un nuevo comienzo al borrarle la memoria a todo el mundo para que nadie sepa quién es Spider-Man.
Las ganas de ser un entretenimiento épico y de igualar el espectáculo emotivo de Endgame están claras, pero Spider-Man: Sin camino a casa no logra conmover ni contar una historia que se pueda sostener más allá de la nostalgia de personajes y de las insistentes sorpresitas inofensivas. Ni siquiera un tema tan rico como el de la identidad en cuestión del personaje principal, y sus dilemas para asumir la responsabilidad que conlleva ser un superhéroe, está aprovechado.
Lo único verdaderamente interesante es la relación entre Peter Parker (Tom Holland) y MJ (Zendaya), ya que ahí la película respira un poco y se sale de esa maraña de superficialidad por la que naufraga durante casi dos horas y media.
Allí se vislumbra la posibilidad de una historia más profunda, por ejemplo, como qué pasaría si tuviéramos la oportunidad de borrar la memoria de nuestros seres queridos con tal de que sea lo mejor para ellos.