Novedosa de verdad.
Spider-Man ha sido uno de los héroes que peores adaptaciones cinematográficas ha padecido. Desde la trilogía de Sam Raimi, sólo notable en su primera entrega, las películas del Hombre Araña cayeron sucesiva y cronológicamente en una espiral de decadencia imparable, hasta llegar a ese engendro infumable que fue De regreso a casa. No obstante, al recuperar el formato de imagen animada las aventuras de Peter Parker han reverdecido con la vieja gloria de la edad de plata del cómic.
¿Quién o qué ha sido el responsable? La verdad, podemos decir que debe haber sido una mezcla sutil de técnica y creadores. En el primer sentido, cabe señalar el cuidadísimo diseño de producción y las novedosas técnicas de animación que hacen de esta entrega de Spider-Man una delicia estética. La original combinación de decorados fijos y fondos borrosos —no, no le pasa nada a tu vista o a la graduación de tus gafas ni es una peli en tres dimensiones, es un efecto de desenfoque buscado—, con la animación a 12 y 24 fotogramas por segundo combinada, y la inclusión de bocadillos, onomatopeyas gráficas y viñetas que parten la acción en pantalla, consiguen un efecto cómic tan delicioso y perfectamente integrado que por momentos no sabrás si ves una película o lees una historieta.
Por otro lado, la dirección de Bob Persichetti, Rodney Rothman & Peter Ramsey es ajustada a lo que demanda una peli de superhéroes: acción, drama, reflexión y tensión, pero sin llegar a la insufrible estridencia de De regreso a casa, bañada en hormonas adolescentes de las que producen dolor de cabeza.
Y es que en el apartado dramático, este Nuevo Universo no olvida que Spider-Man es fundamentalmente un joven héroe que quiere conectar con los protagonistas de esa dura etapa que es la escuela secundaria, pero no necesita reincidir en la ya conocida construcción de la personalidad de Peter Parker para lograrlo.
Porque la tremenda originalidad de esta entrega es que nos muestra a un Parker adulto con problemas de adulto: es una película que se inmiscuye en las partes de la historia casi siempre postergadas, ocultas... pero además retoma el protagonismo adolescente en otros personajes que a su vez comparten el destino del Parker original. No cabe contar cómo se produce esto —sólo sugerir que lo hace de un modo tan previsible en su planteamiento como original en su resolución—, pero sí señalar que este nuevo enfoque de las aventuras del eterno adolescente dota de una riqueza singular a la película: es capaz de transformar lo viejo en nuevo.
En realidad en esta entrega de Spider-Man encontramos todo aquello que cabe esperar: villanos, héroes, conflictos familiares, crecimiento personal y pequeñas derrotas y glorias. Pero la idea es retomar lo clásico desde una nueva perspectiva... o varias. La película triunfa en la reiteración variada de historias ya conocidas, juega con esa idea a lo largo del metraje y se permite hacer chistes sobre ella.
Adapta —como no podría ser de otro modo— la historia clásica de Spider-Man a las nuevas exigencias identitarias introduciendo etnicismo, animalismo y género, pero lo hace de un modo tan natural, tan auténtico, que no provoca rechazo de ningún tipo en aquellos que puedan estar hartos del abuso de la corrección política.
Esta nueva vuelta de tuerca al universo Marvel no renuncia, como se ha dicho, a los conflictos clásicos y a los villanos de toda la vida: Kingpin es ahora el encargado de ponerle las cosas difíciles al enmascarado y es interesante ver cuáles son sus motivaciones. Del mismo modo, el mensaje no deja de ser trillado, e insiste en la idea de que cualquiera puede ser un héroe.
Pero de nuevo es la manera de contar lo ya sabido, añadiendo pequeños detalles generalmente soslayados, lo que dota de encanto a esta película: ¿Cuál es el precio que hay que pagar por convertirse en uno? Y no, no estamos hablando de grandes sacrificios, sino de pequeñas pero determinantes fallas que desorientan a todo aquél que adquiriendo un gran poder asuma una gran responsabilidad, como por ejemplo: ¿Puede llevar una vida familiar sana? ¿Será capaz de sacar adelante un negocio? ¿Podrá convivir con el precio abusivo de la fama?
Así pues, esta nueva aventura del vástago de Steven Ditko y Stan Lee es capaz de bajar de la excitante altura de las azoteas y fachadas de Manhattan al duro asfalto de la realidad cotidiana, para luego volver a subir y columpiarse en las redes sin perder la más mínima coherencia. Se disfruta estéticamente como nunca y divierte con sus ocasionales chistes, guiños al universo fan —ese traje de Spider-Man que todos hemos deseado o tenido alguna vez— e incluso el recurso al slapstick de uno de sus personajes más singulares.
Es difícil encontrar un producto tan completo en la cartelera de hoy día, y por nada del mundo dejaría de recomendar su visionado hasta el final, sobre todo teniendo en cuenta que en la escena post-créditos hay referencias a posibles nuevas entregas.
No sé, sinceramente, si esta originalísima película da para alguna secuela; lo que sí me gustaría es que este equipo de creativos y artistas siguiera entregándonos muestras de su sobrado talento.