Splice

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Así como existe el voto castigo, también existe la calificación castigo. En el caso de Splice - la última obra de Vincenzo Natali, el creador de El Cubo - decidimos aplicarlo con todo el rigor. No es que el filme sea tan malo, pero la manera como arruina una premisa fabulosa resulta indignante. El tema está en lo rebuscado del libreto, cuyas vueltas de tuerca van de lo fascinante a lo ridículo y terminan por explotar en un climax realmente bizarro.

La Idea de Natali es tomar el molde de Frankenstein - científico que crea vida en el laboratorio y cruza barreras morales de todo tipo y color - y aplicarlo sobre la ingeniería genética del siglo XXI, la que viene cuestionada desde la época de la clonación de la oveja Dolly a esta parte. Como para que no queden dudas de su influencia, los personajes principales se llaman Elsa y Clive - como Elsa Lanchester y Colin Clive, los actores que encarnaron respectivamente a la novia y al creador del monstruo en la clásica Bride of Frankenstein (1935) -, y aquí vienen a ser un par de científicos amorales que crean unos engendros mutantes diseñados genéticamente para producir hormonas, proteínas, tejidos, etc. que de otra manera no podrían obtenerse. Los bichos en cuestión son una especie de babosas gigantes agresivas a las que pinchan todo el tiempo para extraerle las mencionadas sustancias, y que fueron creadas a partir de un mix de ADN de diversas especies animales - Splice en inglés significa empalme y es el término usado para referirse a los ensambles genéticos -. Como la corporación para la que trabajan los está apurando con la obtención de resultados a corto plazo, al dúo no se le ocurre mejor idea que añadirle ADN humano a la mezcla, con lo cual obtienen una especie de pollo alienígena mutante que no resulta muy amigable desde el vamos. Como a Elsa y Clive no le importan los tabúes morales y éticos que quiebran - pero sí sus trabajos - deciden sacarlo del edificio y llevárselo a una cabaña aislada en medio de las montañas, en donde ven como el bicho de marras evoluciona hasta convertirse en una especie de demonio alado femenino de extraña belleza. Y como el engendro es salvaje por naturaleza termina por transformarse en una presencia amenazadora, con lo cual el filme entra en los carriles típicos del cine de monstruos y empieza a vomitar un cliché tras otro a medida que se acerca el final.

Splice arranca de entrada con un problema importante, y es que los protagonistas principales son despreciables. Es un dúo de amorales ambiciosos y enamorados de su intelecto. Hubiera sido mejor ajustar el libreto como para presentarlos como un par de apasionados científicos que deciden cruzar el límite de lo prohibido porque creen que, mas allá de esa barrera, los beneficios son abrumadores y compensan de sobra los tabúes que han quebrado. Pero acá Elsa y Clive no tienen discurso interno, no están atormentados con lo que han hecho, y son en realidad un par de robots con apariencia humana - la discusión sobre el "desliz sentimental" de uno de ellos es realmente patética y queda abandonada a los 10 segundos de haber comenzado la escena -. Para colmo Dren ha comenzado a evolucionar hasta convertirse en una criatura de bizarra belleza, la cual empieza a encandilarlos. Oh sí, mal día para dejar la zoofilia, más teniendo en cuenta que la mascota cachonda de la familia también tiene los genes de uno, con lo cual se suma incesto a la lista de cargos. ¿No será demasiado?
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Mientras que al principio el relato tiene sus momentos fascinantes (en especial cuando vamos descubriendo las características de la criatura, su agresividad y los alcances de su inteligencia), la historia pierde efectividad cuando Dren llega a adolescente, simplemente porque el pollo mutante deja de ser un CGI y pasa a ser una actriz con maquillaje - y eso la hace menos alienígena -. Pero eso sería un defecto menor sino fuera porque el libreto empieza a despacharse con exageraciones y deux ex machina de todo tipo - Dren se escapa y se devora un par de conejos con piel y todo; la criatura tiene alas y la dejan sola todo el día en una miserable cabaña sin las adecuadas medidas de seguridad como para impedir que se escape; los primeros experimentos mutantes empiezan a tener cambios hormonales de último momento que repercuten en la historia -, como para decir "muchachos, miren que éste también es un filme de terror". Por eso, cuando llega el final, Splice se derrumba como un castillo de naipes, disparando un montón de cosas insólitas en cuestión de segundos y arruinando todos los méritos de algo que había comenzado de manera interesante.

En realidad el problema de fondo con Splice es Vincenzo Natali, que tiene un puñado de ideas interesantes pero las ejecuta de una manera muy pobre. Al complejo de Frankenstein y a la crítica sobre la moralidad de la manipulación genética de hoy en día, Natali le agrega una visión retorcida y alegórica sobre la paternidad moderna que me hace acordar a Eraserhead de David Lynch. He aquí dos ineptos morales y emocionales haciéndose cargo de un hijo monstruoso. El tema es que Natali va alternando la demostración de estas tres ideas a lo largo de todo el guión ... pero la historia (como un todo) termina por resentirse en su credibilidad. Ahora tenemos una escena sobre padres que no están preparados para serlo (p.ej. Adrien Brody intentando ahogar a Dren, porque ella les representa demasiada responsabilidad); ahora tenemos otra secuencia para mostrar la amoralidad de los científicos (ellos, que deciden no eliminar a la criatura para seguir analizándola y explotar sus descubrimientos científicos); le sigue otra escena a lo Frankenstein (con Dren matando animalitos y siendo castigada por sus creadores)... y así todo el tiempo. Y los personajes terminan por actuar como unos robots, carentes de cualquier tridimensionalidad. En todo caso, el personaje más humano de todo el film es la criatura.

Splice es una obra fallida plena de puntos fascinantes. Esa es la cuestión de por qué resulta indignante que no termine por arribar a buen puerto en ninguna de las teorías que postula. Es un mix de cosas brillantes y ridiculeces monumentales, manejadas con mal tempo dramático. Y al final termina por transformarse en una experiencia frustrante.