Vincenzo Natali supo adelantarse a Saw cuando lanzó su película coral rendida a la tierna merced de un puzzle asesino (The Cube), y cabría preguntarse si su film Splice (que llega dos años tarde a los cines de Argentina) no podría generar alguna clase de nuevo subgénero del tipo ciencia loca ó similares. Además, la historia es por demás interesante y los resultados de la misma son, cuando menos, provocativos.
Estamos bastante curados de espanto respecto a científicos o médicos locos (Human Centipede) y a experimentos grossos que salen horriblemente mal (Hollow Man) pero no estamos demasiado acostumbrados a ver genetistas en las películas, y aquí contamos con dos a falta de uno.
Adrien Brody y Sarah Polley interpretan a dos cocineros genéticos que transcurren sus días elaborando extrañas criaturas unicelulares que generan insulina barata y también agroquímicos poderosos de espectro amplio y caducidad nula. Juguetean con ADN de modo pícaro pero poco peligroso (son empleados de una multinacional del averno onda Monsanto y hacen todo a hurtadillas) hasta que uno de sus cócteles-estrella empieza a crecer velozmente develando una criatura en principio tierna y después sexy.
Se trata de Dren, un embrión humano bastante tuneado, con ADN de axolote y águila. Cualquier discurso (machista/moralista) es tumbado ante la fuerza de los acontecimientos: El hecho de que el embrión haya sido diseñado "como una hembra, por su docilidad y buen carácter” se ve sacudido por un par de brillantes cachetazos que la Polley surte por ahí. Y la crisis moral que implicaría sentir cariño por un mero producto de laboratorio se ve reducida al minúsculo tamaño de un crayón como los que utiliza Dren para elaborar dibujitos tiernos onda Liniers en su nueva casa, a la cual llegó luego de que sus tutores se hagan con ella y decidan protegerla y cuidarla. Y, de paso, criarla. Porque educar y contener a una criatura 33% humana, 33% axolote, 33% águila y 1% quién-sabe-qué debe resultar divertidísimo.
El problema con Dren es que está muy enojada (vivir encerrada no ayuda, y más si tenés hambre y lo único que te rodea es un gato al que no deberías comerte) y además empieza a desarrollar curvas -sobre todo en su espina dorsal- y termina resultando una Lolita 2.0 a los ojos de Adrien Brody, quien hallándose un poco hastiado de Sarah Polley (quien le mete adecuada presión con su deseo de ser mamá por derecha, con embarazo, escarpines y toda la movida) empieza a observar con otros ojos la -hasta ese momento aborrecible e improbable- idea de encamarse con la criatura e incluso enamorarse de ella.
Adelantar el resto de los conflictos y sus resoluciones no resultaría conveniente, basta agregar que Splice nos resulta un thriller guarro con vaivenes, pero nunca aburrido, y con más de un guiño a la etapa gringa de Paul Verhoeven, en tanto bajadas de línea desfachatadas a ciertos sistemas establecidos, matizadas con severas dosis de violencia. Violencia, además, lo suficientemente sexy como para provocar hormigueos hormonales en los momentos más inadecuados.
Mención de honor para la femme fatale Delphine Chanèac, bombona frenchy que interpreta a Dren cuando está en edad de merecer (y de brindar merecidos a más de uno).