Hacía rato que no me pasaba con una película de este género que las situaciones estén en una línea muy fina entre el drama y el ridículo. Esto sucede con “Splice” (que por cierto en inglés significa ensamblar o, mejor dicho, empalmar)
Justamente, los jóvenes científicos Clive (Adrien Brody) y Elsa (Sarah Polley) descubren la forma de empalmar ADN de distinto origen para crear una vida superior física e intelectualmente. O al menos esa es la intención. Claro que sin el punto de vista filosófico es más difícil sostenerlo. Por eso los guionistas Antoniette Terry Bryant, Doug Taylor y Vicenzo Natali decidieron ir por este lado, el de la manipulación del conocimiento cuando el hombre juega a ser Dios. “Splice” está entre esto y Frankenstein.
Respecto de tanto engendro de experimento una les sale más o menos bien. Resulta ser algo entre un canguro y un pollo sin plumas hasta que se va convirtiendo en Dren (la hermosa modelo Delphine Chàneac). No llega a ser ella, ¿está claro no?, sino sería una parodia y aquí surge la primera sensación ambigua. Dren es un híbrido para el guión, pero para nosotros humanos espectadores, no. Sabemos que es una modelo, que es flaca y hermosa empero, para que no parezca tanto, le ponen mucho látex, maquillaje; ojos de rata, cola de serpiente cascabel, con aguijón incluido, y manos largas al estilo jugador de la NBA. Todo para afearla lo más posible a los ojos humanos, o a casi todos, porque fíjese que, por alguna razón, a Clive le gusta lo bastante como para terminar con la virginidad de ambos, ya que el científico que compone Brody da la sensación de no haber tenido sexo jamás.
Este es un ejemplo de lo que le decía antes. Efectivamente, la realización tiene momentos como ese, pero está también la virtud del director de ir a fondo con la propuesta, encausar la trama y las imágenes hacia eso que quiere lograr, mostrar a dos científicos con 10 en genética y 0 en responsabilidad. Esa mezcla hace que “Splice” funcione mejor de lo que se presupone.
Vicenzo Natali no abusa del uso de efectos especiales otorgándole cierta dosis de realismo al verosímil que intenta instalar desde el principio. No es casualidad, porque las mismas características (con un mejor guión) tiene “El Cubo” (1997) de éste mismo realizador. Claramente no va a salir del cine preguntando, o filosofando, sobre la manipulación de la genética luego de haber visto esta producción; pero sí habiendo pasado un rato entretenido.