Splice

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Ensambles prediseñados

Clive (Adrien Brody) y Elsa (Sarah Polley) son dos científicos rebeldes que se especializan en la manipulación de ADN. Juntos trabajan en un laboratorio farmacéutico en el que se crean híbridos de especies animales para ofrecer curas a diferentes enfermedades. Con la esperanza de hacer mayores descubrimientos y estar un paso más adelante que sus colegas se disponen a mezclar ADN humano, experimento del cual nace Dren (Delphine Chanéac), una criatura tan hermosa como inteligente que pronto empieza a convertirse en una gran pesadilla. “Splice”, nombre original de la película, es el equivalente en inglés a las nociones castellanas de unión o ensamble, buen título para una película que lleva un ADN tan complejo e híbrido como el de su particular personaje.

Pueden dilucidarse en Splice ciertas marcas que hacen que el hecho de que el experimento se vaya de las manos sea mucho más verídico y a la vez cautivador: la película experimenta con giros inesperados a la vez que los creadores de Dren sufren las consecuencias de no conocer completamente el comportamiento de su creación. A pesar de que uno siempre espera que el peligro se desate a partir de una invasión de la ciudad por parte de la criatura, de su reproducción masiva o que directamente sea robada por un par de hombres poderosos que quieren utilizarla para otros fines, Dren opera sobre cada uno de sus inventores a través de los vicios, traumas y ambiciones, generando una tensión que desata reacciones y decisiones bien diferenciadas de cada uno de los personajes, que los llevan a acercarse o alejarse no solo de la criatura sino también entre sí. Este modo de afectar característico de Dren desata consecuencias impensadas que otorgan a la historia una variedad de hilos de tensión muy interesante.

Quizás lo más valorable del film de Vicenzo Natali sea el eclecticismo y la cantidad de elementos con los que trabaja sin por eso dejar de ser coherente con la propuesta inicial: terror, cine clásico, drama y ciencia ficción conviven constantemente en el relato, inmiscuyéndose en espacios que el director parece haber conservado especialmente para ellos. También determinados temas o problemáticas parecen tener un lugar reservado, entre ellos, el machismo o el lugar de inferioridad de la mujer. Ejemplos de esto pueden verse en escenas como en la que Elsa Kast comenta que su madre no la dejaba maquillarse porque pensaba que eso degradaba a la mujer u otra en la que Clive y Elsa discuten luego de que ella encontrase a su marido teniendo sexo con Dren (sí, hasta ese punto llegan las consecuencias de su invento) y que muestra a Clive intentando justificar esa infidelidad echándole la culpa a su mujer. Ni que decir entonces de que más tarde y con una estética totalmente contrastada, Elsa también tiene sexo con Dren, solo que esta vez es porque (y a través de una mutación de género) esta la viola.

Sin embargo, y a pesar de las intenciones de Natali de crear una visión por un lado más compleja y por otro lado más personal de esta Frankestein moderna, Splice no deja de resultar indiferente. Bien podría describirse esta indiferencia como preferencia del género que aborda la película, pero también como efecto general de la trama: a pesar de las modificaciones no deja de ser la historia tan conocida de cómo un nuevo invento científico con vida se descontroló, por más que aquí se haya nutrido de componentes diferentes pudiendo abarcar otras temáticas. En este sentido es igualmente útil ver cómo, a pesar de todo, Splice no escapa al (pre)diseño de la mayoría de estas criaturas hijas de la ciencia en el cine, que son o terminan siendo malas y/o feas, seres extraños que antes que mejorar vienen a arruinar y desestabilizar el mundo. El final del cuento es como siempre parabólico: arriesgarse y adelantarse al curso natural de los hechos (y sobre todo a escondidas) trae consecuencias devastadoras.