Splice no consigue generar terror, inquietud u horror.
La apuesta de Splice pasa antes que por el suspenso o los climas de terror, incluso antes que por las escenas sangrientas, por la incomodidad, en especial desde el costado sexual-familiar-paternal-maternal. Este relato acerca de una pareja de científicos genéticos (Adrien Brody y Sarah Polley) que crean un híbrido compuesto del ADN de diferentes animales para uso médico busca ser provocativo a través de colocar al espectador en la situación de voyeur de situaciones escandalosas para los parámetros sociales.
Sin embargo, el error del co-guionista y director Vincenzo Natali (Cubo) es no desarrollar apropiadamente a los protagonistas, para que la necesidad maternal del personaje de Polley o la creciente atracción que va sintiendo Brody por su co-creación tengan sentido dentro de la trama. Splice termina siendo antes que nada una especie de tour de force de dos actores y un realizador buscando traspasar ciertos límites estéticos hollywoodenses, aunque sin saberse para qué.
Por eso es que en verdad Splice no sólo no consigue siquiera generar terror, inquietud u horror, sino tampoco incomodidad, pues nunca se crea empatía por lo que se está contando, los motivos de la pareja protagonista o incluso los deseos de la criatura por liberarse. Estamos hablando de una película con ambiciones, que se queda en la nada misma.