Pasajeras en trance
"Spring Breakers", de Harmony Korine, presenta a las que fueron heroínas de Disney en un filme salvaje sobre cuatro estudiantes adolescentes que quieren pasar unas vacaciones de primavera inolvidables.
Un documental y un poema al mismo tiempo. Eso es Spring Breakers, una película que no se parece a nada de lo que puede verse hoy en el cine, pero que tiene innumerables conexiones con formatos audiovisuales contemporáneos, desde la cámaras de celular hasta la estética de MTV. Un documental, porque retrata la mentalidad de una generación fascinada por la exposición pública, la vida loca, el dinero y el poder. Un poema, porque todo se muestra como en estado de trance, con una narración hipnótica y sin moraleja.
El nombre del director, Harmony Korine, tal vez no diga tanto como los de las protagonistas, Selena Gómez, Vanessa Hudgens, Ashley Benson, estrellas de Los hechiceros de Waverly Place, High School Musical y Lindas mentirosas. Pero es justamente la combinación de ambos mundos –el del exjoven prodigio que dirigió la crudísima Gummo, y el de las reinas de la comedia adolescente– lo que vuelve tan extraño y único el resultado.
Ellas tres, más Rachel Korine (esposa del director), son Faith, Candy, Brit y Cotty. Un grupo de amigas estudiantes que cuando llega la semana de vacaciones de primavera quiere hacer lo que muchos estudiantes norteamericanos hacen: descerebrarse en las playas de Florida. Piensan que va a ser un experiencia significativa para ellas y tienen razón, pero no por los motivos que suponían.
Pese a que el argumento es lineal, el director descompone el tiempo en microescenas, breves relatos en off en primera persona y avances y retrocesos que no son exactamente flasbacks ni flashforward sino algo rítmico, semejante a la recurrencia de fragmentos sonoros en la música electrónica. Ese procedimiento narrativo, sumado al tratamiento de la imagen bastaría para convertir a Spring Breakers en una película recomendable.
Sin embargo, hay mucho más, porque lejos de conformarse con su propio virtuosismo formal, Harmony Korine llega al fondo de esta especie de versión rápida del sueño americano que encarnan sus chicas y lo hace con imágenes bien explícitas. Sin bien las cuatro no se comportan igual (lo que degradaría el guion a un burdo manual de sociología juvenil), sí tienden a moverse juntas y a actuar como un sólo organismo dotado de una borrosa conciencia plural. Por eso, viven los excesos con una mezcla de ingenuo entusiasmo y cinismo amoral que es un ejemplo perfecto de lo flexible y maleable que puede ser lo que llamamos "personalidad".
Recién cuando las cosas se ponen más raras y conocen al rapero mafioso Alien (James Franco), sólo una de ellas se resistirá a seguir por esa excitante línea de fuga. Pero las que persisten, las que se dejan seducir por el delincuente, no por eso pierden la condición de buenas chicas que quieren divertirse cueste lo que cueste. Es que el viaje en que las embarcó Harmony Corine no iba al paraíso ni al infierno sino a un limbo pop, donde las armas son instrumentos de placer y siempre suena una canción de Britney Spears.