Cómo revertir todos los clichés de Hollywood
Con un par de chicas Disney, el director de Gummo hizo una de las películas más lúcidas y osadas que se hayan visto en mucho tiempo. Generará un enorme desconcierto.
Como en un aviso de cerveza en versión soft-core, una banda de adolescentes baila y se sacude en una playa. Todos son hermosos, sexies y bronceados. Ellas con minibikinis que muestran más de lo que ocultan, ellos con sus abdominales six-pack. El baile colectivo parece representar o anunciar una orgía: los pechos de las chicas, al aire, rebotan en ralenti; ellos echan chorros de cerveza sobre sus bocas abiertas. La música tecno bombea fuerte, y la fotografía, de tonos fuertes y saturados, colabora con la sensación de exceso. Durante un par de minutos, la imagen parece la de una Arcadia sexual. Arcadia soñada por un teenager. Teenager estadounidense: la rubiez de la mayoría de las chicas y el aspecto de marines de la mayoría de los chicos son inconfundibles. A esa altura, el exceso empieza a verse como sobreactuación, la representación como falsedad, los cuerpos como modelos publicitarios, el sueño como simulacro de sueño. El posible “cómo me gustaría estar ahí” da paso al “huyamos de aquí”.
La entrevista publicada ayer en este diario confirma que esa sensación contradictoria y polar, ese roce entre sueño y pesadilla, ese paso casi farockiano, del consumo de imágenes a la reflexión sobre ellas, es exactamente lo que el realizador y guionista Harmony Korine buscó transmitir al espectador con la secuencia introductoria de Spring Breakers, que aquí se presenta con el subtítulo Viviendo al límite. Como Korine (Bolinas, California, 1973) no es un predicador sino un artista cinematográfico, que trabaja con imágenes, con apariencias y ficciones, la escena se presenta sin indicaciones o denotaciones, dejando al espectador desnudo frente a ella. Desnudo y desarmado, como pocas veces: Spring Breakers es una de las películas más cinemáticamente puras e inteligentes, más lúcidas y osadas que se hayan visto en mucho tiempo. Generará un enorme desconcierto.
Las protagonistas son cuatro chicas de high school, con las hormonas por los aires. En medio de una clase, una de ellas dibuja un pene gigante, se lo muestra a su compañera de banco y comienza a hacer la mímica de una fellatio. Inmediatamente después hace un ruego de perra en celo. Se avecina el spring break, las vacaciones de primavera que son un clásico en los Estados Unidos, y el viaje en grupo, la convivencia en Florida, el sol y las ganas de todos anuncian mucha, pero mucha acción. La chica de la fellatio no es cualquier chica: aunque el teñido rubio no facilite reconocerla, se trata de Vanessa Hudgens, ayer nomás la Gabriella de High School Musical. O sea: la representación misma de la más blanca y asexuada virginidad adolescente. A su lado, Selena Gómez, otra chica Disney, que trajina escenarios de todo el mundo (incluida la Argentina, donde estuvo poco tiempo atrás), durante todo el año.
Es verdad que la Faith de Selena es el personaje más modosito de las cuatro. Haciendo honor a su nombre, es católica practicante, va al viaje con ciertos recelos y cuando la cosa se ponga pesada reculará. Pero antes de eso, bien que se prendió en fumatas e histeriqueos, en bajar rayas de merca (Korine no se anda con vueltas, la película es bien de choque) y comparar colas con sus amigas. En otras palabras, en Spring Breakers Korine corrompe públicamente a dos de los más acabados modelos contemporáneos del deber ser adolescente. O los sincera, vaya a saber. Pero Spring Breakers no es una apología del “reviente”. Ni deja de serlo. No es eso lo que interesa al ex guionista de Kids y revulsivo realizador de Gummo y Julien Donkey Boy, entre otras. Lo que le interesa es más de fondo. Revertir todo cliché, tirarse de cabeza al mar del simulacro que es la sociedad estadounidense, mostrar el otro lado de la representación no desde una presunta “verdad” sino desde una representación mayor aún.
Por eso la extraordinaria fotografía del francés Benoît Debie (DF de Irreversible y Enter the Void) irrealiza cada imagen mediante filtros de color, colores flúo, artificio absoluto. Por eso el no menos extraordinario montajista Douglas Crise juega con el videoclip, la multiplicación de planos, la edición ultrafragmentada, y sin embargo no hay un solo segundo de Spring Breakers en el que eso no sea funcional al relato, en el que no se entienda qué está pasando. Tan funcional como la notable banda de sonido de Cliff Martínez, que pasa del dance al tecno, del tecno al acid rock y del acid rock al ambient, y nunca predomina sobre la narración visual. Por eso el increíble Alien de James Franco reúne en sí todos y cada uno de las tics del gangsta rapper –la bravuconería, el culto del dinero y las posesiones, el machismo, la prelación sexual, los supersport, la artillería pesada– pero es... blanco. O sea, una imitación, un simulacro, un tuneo humano (la escena en la que toca al piano un hit de Britney Spears es uno de los momentos más altos de la sátira contemporánea).
Por eso las chicas parecen cuatro blancas palomitas, que cayeron en las garras del gato más malo del barrio, y terminan... Eso hay que verlo: desde Scarface no se veía nada parecido, ahora desde el punto de vista opuesto y haciendo estrellar la voluntad de hipérbole contra el verosímil realista, hasta que estalle en pedazos.