Apuntes sin mucha forma
Harmony Korine. El guionista de de Kids y Ken Park de Larry Clark. El director de Gummo, Julien Donkey-Boy, Trash Humpers. Un provocador, un director que ha causado y causa polémica. O que quiso y quiere causarla. Spring Breakers sigue un poco la línea supuestamente revulsiva que se trazó para su carrera, pero con otro tipo de amplificación. Hay chicas de la tele de series de Disney que ahora andan jóvenes y alocadas. Y está James Franco.
La sinopsis de la película está por todos lados, o por otros lados. Hablemos de otras cosas. De cómo James Franco es James Franco haciendo de delincuente cool canchero con la mente averiada. Es James Franco exhibiendo que trabaja en una película “provocadora”. Con dientes de metal y ropaje gansgta rap. Dedos índices movedizos. Las chicas son bastante lindas, a mí me gustan más las dos que permanecen. Ah, pero eso no les importa. Y tienen razón. Pero la verdad es que el principal atractivo de la película me parece que es ese: chicas lindas, algunas tetas, algunos culos, James Franco (si les parece lindo, sexy, o incluso si les parece que tiene algún interés como actor).
La cáscara es atractiva: mucha bikini en ralenti, playa, alcohol, drogas, buena musicalización. Planos cortos, montaje de publicidad de aperitivo con mucho presupuesto. Planos y planos que forman clips de “descontrol”. Planos apilados, adolescentes, hormonales. Los planos, para Korine, no valen mucho. Y no porque sean sexuales, calenturientos, viva la joda. No. No valen porque no les da valor. La película se toma mucho tiempo –tiempo que a veces es de caramelos sonoros y visuales– para prometer un frenesí que no llega, o que tarda mucho en llegar: recién sobre el final (escena de la pileta y asalto disparatado) Spring Breakers encuentra el track que prometía, el de la liviandad, la sorpresa (para explicar esto habría que dar un dato clave, pero se darán cuenta), la velocidad. Hasta ese momento, Korine amasaba la película de forma cansadora, sin darle forma, como si ya considerara que era suficiente el despliegue provocador de chicas de la tele, que con lo “zarpado” (término vetusto, digno de cómico gesticulador argentino) era suficiente. Pero ya están esos programas de cable de “informes en destinos de viva el descontrol”.
Korine no se preocupa mucho por la forma, por estructurar un poco más, quizás porque tiene mucho caramelo visual. Pero el caramelo visual, en una época saturada de azúcar por todos lados, no alcanza. El cine es mucho más. El cine de Harmony Korine sufre casi siempre de cualunquismo, un cualunquismo que antes estaba más pegado al feísmo deforme (Gummo, Julien Donkey-Boy). Ahora exhibe imágenes más bonitas, más colores. En Trash Humpers, gracias al modo “descerebramiento intrigante”, disimulaba un poco más que no hay mucho más que pirotecnia en su cine. No es feo ver fuegos artificiales, pero al rato de mirar para arriba el cuello se cansa.